27/10/2012
Ojalá cupieran algo más que activos tóxicos en el banco malo. Allí estará el fango de los últimos años, y ojalá pudiésemos meter también otro tipo de activos o pasivos tóxicos, que desde hace mucho tiempo, revuelven la vida del país. Por ejemplo la cicatera y persistente conducta de transgredir la ley: la factura con IVA o sin IVA, señales de tráfico como objetos de adorno, la imposible puntualidad, ese dejar para mañana lo que no queremos o no sabemos hacer, o por pereza no queremos afrontar. El mismísimo valor de la palabra, que tantas veces se usa sin que exista un convencimiento de que se va a cumplir.
Ojalá fueran a ese banco malo todos los que desprecian el talento. Los que sin tenerlo deciden como si fueran los mejores, y en consecuencia aspiran a rodearse de gente poco brillante, experta sobre todo en desarrollar un torpe o sutil servilismo como único valor que ensalza sus aptitudes. Y que a ese banco malo, lleno de despojos, vayan también esos sabios parlanchines que nos rodean conocedores de todo y expertos en nada. Gente a la que nadie enseña, pues satisfechos y henchidos de sí, ya todo lo saben. Algunos incluso están de vuelta del mundo sin haber viajado a ninguna parte. Y que también vaya a ese lugar putrefacto ese orgullo añejo que huele a siglos, de cuando los hidalgos se echaban migas de pan en la solapa para que nadie se percatara de que no habían comido. Creo en el orgullo de especie. Nada hay más que ser humano dijo Machado. Pero no en el de clase porque es superficial y absurdo.
Y que también se fuese al banco malo, a convivir con hipotecas grandilocuentes y aires de grandeza pisoteados, esa tendencia nacional a no cuidar lo público. Esa idea de que lo común es de nadie, pólvora del rey, un cartel roto, un jardín pisoteado, una pulcra pared violada. El Estado no es un ente ficticio, sino algo concreto y real en donde estamos todos tasados y ordenados, con nuestra biografía económica escrita en la parte de la nómina o beneficios en la que pone deducciones.
De ese dinero sale todo. Las vendas para las heridas financieras. La tierra para llenar los agujeros. El cemento para reconstruir las ruinas. Algunos hablaban de su riesgo pero estaban jugando con el nuestro. Un día descubrimos que pagaríamos la factura de la fiesta con nuestro salario, o con la desesperación del desempleo del hijo o el amigo. En esta historia pierde, como siempre, el que solo tiene su fuerza de trabajo. No paga la UE, ni los mercados, ni ningún fondo. Paga la educación y la sanidad que no tendremos. ¡Metería tantas cosas en ese banco malo! Seguro, querido lector, que tú aumentarías la lista. Demasiadas asuntos huelen a podrido en este reino tambaleante.
Impreso desde www.manueljulia.com el día 01/04/2023 a las 16:04h.