15/09/2012
Carreteras que duermen con la soledad y se levantan con la ausencia, por las que apenas pasa el pulso del viento o una caravana invisible de automóviles. Aeropuertos que parecen una estación de las almas, donde silba el aire chocando contra el vacío, donde las luces y las pantallas se aburren porque no pueden decir a alguien lo que tiene que ocurrir. Estaciones de tren que se preguntan por sí mismas, por su vaciedad inútil. Ven el reflejo de las sombras de unos cuantos viajeros que se sienten minúsculos ante tanta inmensidad. Parecen catedrales en el desierto.
Grúas que tienen sus gigantescos brazos esperando que un ruido de acero y óxido les indique que van a moverse. Están mirando al cielo y suplican por girar, que las devuelvan a la vida. Bloques de viviendas que esperan que el sol se imprima en sus cristales inexistentes. Aceras que buscan las sombras de los tejados y las antenas. Calles vacías llenas de polvo que esperan el día en el que las farolas alumbren. Sendas con baldosas rotas, o a medio poner, que no saben cuándo los niños las llenarán de tiza y gritos, se moverán, jugarán, dejarán que las migas de pan de sus bocadillos sean un festín opíparo para las hormigas y los lagartos. Al atardecer, la penumbra del recuerdo, esconde sus esqueletos maltrechos en la noche.
Barrios que quieren escuchar el rugido de los automóviles lejanos. Esperan a sus habitantes precedidos por camiones llenos de muebles que romperán el eco de los pasillos y las habitaciones, serán la primera huella de la vida. Auditorios con los brazos caídos, quietos en sus parcelas. El tiempo va volviendo sus hierros débiles, sus paredes mohosas. El agua arrastra la arena de sus paredes hacia cualquier alcantarilla. Campos del golf encadenados a sus números rojos. Ya tienen la hierba gris y la soledad está sentada en sus piedras mirando dónde finaliza el horizonte.
Parques temáticos viviendo todavía en sus sueños mendaces. No quieren saber que cada movimiento de su noria o montaña rusa va sumando una deuda más grande. Casinos llenos de billetes invisibles, fichas invisibles, jugadores invisibles, son como barcos sin pasajeros viviendo en un mar congelado. A veces se juntan todas las palabras que dijeron de ellos, se comunican, se preguntan por qué al final han sido tan ciertas como es de cierta la mentira.
Carteles que todavía anuncian lo que nunca trajeron. Allí, quietos en el paisaje, sus letras se van royendo y royendo hasta que al fin anuncian lo que hay detrás: NADA. Detrás solo viven las langostas y las hormigas que se salvaron de las terribles excavadoras. Estamos llenos de cadáveres de hormigón. Menos mal que pronto vendrá la bruma del invierno y podremos ocultarlos.
Impreso desde www.manueljulia.com el día 01/04/2023 a las 16:04h.