22/03/2010
En el bar se hizo un silencio. En un primer momento sólo se rompió por la aparición del chulesco rostro de Laporta. Alguien gritó un insulto, pero enseguida sólo se oyeron las frases de admiración de la gente cuando Messi marcó el primero. Era un bar enemigo en donde el gol al Barça se celebró casi con lanzamiento de cohetes. Pero a veces la verdad, la evidencia, se abre camino contra todo y derriba todas las empalizadas que la contienen. Si alguien tenía alguna duda de quién era el mejor jugador del mundo, la despejó aquella tarde. Las frases eran para enmarcar. No lo paras ni con un tiro porque es más rápido que la bala, dijo el camarero. Es de goma, apuntó un anciano al fondo con el alma triste y el corazón entregado. Es de viento, le repitió otro. Es el fútbol en esencia, gritó un chavalín de COU que era del Atleti y que dijo estar haciéndose del Barça a pesar de que tiene un presidente experto en desterrar simpatizantes. La unanimidad era unánime, como diría Belén Esteban. Hasta los madridistas más talibanes tuvieron que quitarse el velo de sus deseos y reconocer que les gustaría que Leo Messi jugase en su equipo. Florentino fíchalo, chilló el vendedor de cupones. Ni por todo el oro del mundo jugaría en el Madrid, le contestó un culé que hasta entonces había permanecido disfrazado de hombre invisible. Y luego, cuando fueron cayendo más goles, el culé atrapó en su cara algo parecido a la felicidad definitiva. Los demás respondieron con un silencio. Sin embargo, al terminar el partido, mientras Messi saludaba al respetable, el aplauso cerrado de aquel bar, fue un homenaje al fútbol y al arte. Porque el señorío, al cabo, no tiene patria.
Impreso desde www.manueljulia.com el día 01/04/2023 a las 16:04h.