01/10/2003
Si hoy escribiera Horacio diría que la turba inmensa de los pobres nada tiene que agradecer a las cajas de ahorro. Antier, cuando dar caridad era cuestión de rango social, una especie de cursillo del FSE para encontrar acomodo en el paraíso, las cajas eran el alma de las monjitas, el cheque imprescindible de los asilos y el mecenazgo pudibundo de los pintores locales, quienes gracias a la ayuda misericordiosa pintaban gratis a los presidentes de los consejos con cara de santos o querubines maduritos.
También se debe a las pías cajas que el porcentaje de suicidios de malos poetas haya sido escaso en España. Publicaban libros carísimos o daban premios suculentos a cualquier cosa que rimara por más que los versos sólo tuvieran luz si alguien los quemara, como diría Quevedo. Seguramente en los almacenes de las cajas subsiste, roída por los ratones, la antología de los peores poetas del siglo. Alguien debería rescatarla para dar a los buenos lectores la dicha de llorar con los ripios más lamentosos.
Así, las cajas, que no repartían beneficios, sí sentaban en navidad un pobretón en la mesa. Y de tan caritativas servían de hermosa coartada a cicutas ricachuelos, ya que si ponían sus ahorros en la caja les daban un ticket para tener un buen puesto en la cola del cielo. Pero en fin, que todo esto era antes, pues ya las cajas no son entidades samaritanas. Con la democracia el derecho del hambre se ha vuelto justicia administrativa, ya no es caridad de magnates. Hoy se pasa hambre constitucionalmente. Por eso las cajas ya no son pías, sino en algunos casos arpías. Si te descuidas, cobran más intereses, comisiones y convolutos que los bancos. Y si antes daban raciones a la hambruna, hoy dan perolas, platos o sartenes a quien ponga el dinero en sus cuentas. También han pasado de caritativas a conmutativas, pues según las buenas lenguas gastan más dinero en aprovisionar el pasivo de prestamos de difícil cobro –según quién, claro- que en las limosnas sociales, que al fin y al cabo son su esencia jurídica.
Igual podríamos decir que han cambiado la caridad de los pobres por la caridad de los concejales y todo tipo de primates políticos. Y luego, claro, la política les recompensa, sea cual sea el partido. Pues siguen aún sin tener que repartir beneficios y compiten en el mercado como entidades privadas. Son como los bancos, pero con otro tipo de Botín. Viven de la coartada del poder financiero popular y dan como todas las entidades prestamos a quien puede pagar y embargan al que se ponga por delante. Se han vuelto terrenales. Antes eran de Dios y ahora son de Chaves o de Gallardón. Resiste Castillejo.
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