30/06/1998

Las frases de Borbolla


Hace tiempo, Rodríguez de la Borbolla, consciente de la extraña simbiosis de la época entre lo icónico y lo concreto, dio en llegar a la conclusión de que un político que se precie ha de tener una frase histórica en su currículum. Y se puso al trabajo. La empresa, como todas las históricas, era dificultosa, pero el perífico Borbolla, sabedor de que el universo es hijo de la osadía, se dispuso a entrar en el panteón de los lúcidos armado solamente con su liviano cestito de palabras arracimadas. No sé si pensaba que pudiera derrotar a la pareja de la ascesis fraseológica, el Pacheco de la jarana judicial y el Guerra de las fotos asesinas, pero el expresidente no tuvo miedo a esos genios y dio a la ventisca una de sus mejores sentencias. Voy a ir en moto al ayuntamiento, dijo con las perillas blancas del rocío de febrero, testigas de no estar su lengua llena de vanas palabras. La frase era lúcida y profunda, digna de ese Séneca cachazas que es el sevillano. No podemos olvidar que estábamos en el año 95 y entonces había pléyades de cargos socialistas que convivían con el reuma en los omoplatos gracias a los rigores helados de las climatizaciones de los coches oficiales, que eran cientos los que surcaban las ciudades, las montañas, las eras baldías, camino del despacho o de las verbenas agosteñas, con el chófer adosado. Los caídos del climalix entendieron la síntesis, pero no ensalzaron al autor. Casi nadie comprendió la osadía, y por eso la parábola no entró en la famosfera de las sentencias históricas, aunque con la pérdida de alcaldías y diputaciones, sin alaracas, Borbolla había inaugurando un socialismo ciclomotor que luego nadie le ha reconocido.

Ahora Borbolla, derrotado en las primarias, vuelve a sus frases. Aunque enervado de votos, muestra su sentenciosa estructura, instiga la breve genialidad, como Plauto con los hombres, como Séneca con la sabiduría, como Wilde con el amor o como Boskov con el fútbol. Borbolla desviste con una sola frase el núcleo de la evidencia, traduce en dos palabras, la ancestral sabiduría del dimitir. Me quito de enmedio, ha dicho ante una selva de alcachofas que estaban esperando el discurso de Boabdil. Las parvas ciscarianas y chavistas aguardaban un réquiem y han tenido un escueto aforismo, genial, directo, que al enunciarse, muestra los cientos de volúmenes de una enciclopedia de la coherencia. Me quito de enmedio, qué grandeza en esa postura de no aferrarse uno al sillón de la derrota. La derrota es una prueba para la grandeza humana.

La frase de Borbolla exhorta a una ética de desapego al poder que dignifica la disputa política, tan desprestigiada. La frase de Borbolla está ahí, senda modélica para los paralizados en la piel de los lujosos sillones del poder, opción de dignidad pública. Es lengua diáfana y de estable lógica de la vergüenza orgánica. Tan clara, que deja a Amunia con el culo al aire. Borbolla pierde y se quita de enmedio. Almunia pierde y sigue más enmedio que antes. Por eso Chaves, Monteisirín, el aparato, y hasta el mismísimo Borrell, que tienen miedo a la profundización democrática de las primarias, y sólo quieren sus efectos de marketing, no han perdido un segundo para decir a Borbolla que no se quite de enmedio. Claro, su moral los deja en evidencia. Por eso quieren borrar la frase histórica que por fin ha dicho Borbolla. No quieren que sea el inventor de la coherencia en las primarias.

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