21/08/2002

Brujas


Hay una serie en la tele, protagonizada por tres brujas, que suelo ver en la siesta, renqueando, con las viseras oculares pesarosas, no sé si más reo del ronquido o del susurro sestero, que es un suave bbrrr que se agudiza cuando deja de molestar el lavaplatos. Son tres brujas de diseño. Jóvenes, guapas, buenas, vestidas como un figurín. Nada tienen que ver con nuestro imaginario infantil de meigas y hechiceras: vieja con verruga, narizota curva y dentadura miserable. Como los tiempos presentes, son brujas dulzonas y algo pijas. Sus poderes son envidiables. Una paraliza el tiempo, otra adivina el futuro y la tercera es capaz de lanzar a la gente a varios metros de distancia sólo con la mirada. Me imagino que los inventores de la serie se habrán pensado muy mucho los poderes sensoriales de las lindas brujitas. Porque, a ver, a quién no le gustaría detener la vida. Quién no ha soñado que es capaz de paralizar el mundo y vivir su individualidad a tope. Yo de niño soñaba con eso. En un abrir y cerrar de ojos todo se quedaba como en una fotografía y me iba a la tienda de la esquina a hartarme de chocolate y después le pintaba un bigote mejicano a la más roñosa vecina. Miraba las preguntas de los exámenes, pasaba a los sitios prohibidos, descubría atracos, gastaba bromas a los mafiosos del barrio. O a quien no le gustaría poder visualizar el futuro, y en consecuencia, modificar los inevitables errores que nos pueden acercar a un abismo imprevisible. Cuántos atentados terroristas se podrían evitar. Cuántas decisiones históricas, errabundas ante el poder de la hechicería, podrían modificarse para eliminar el infierno en la tierra. O a quién no le gustaría poder lanzar a varios metros de distancia al personaje odiado. Poder lanzar a distancia al político mentiroso, al empresario embaucador o al sindicalista demagógico. Incluso al pelma que en la barra del bar piensa que lo único importante que existe es la historia de su vida. Es obvio que los creadores de la serie han elegido unos poderes muy terrenales. Está claro que uno de los valores más importantes de la ficción es su posibilidad de enlazar con los sueños, porque en determinadas cuestiones, el sueño es la única respuesta. Lo bueno del cine es que es capaz de visualizar sueños, de poner en el mundo material montones de instantes mágicos que habitan las cuevas oscuras de la mente. Ver a las brujitas en la penumbra de la siesta es como volver a esa parte mágica que habita lo más profundo de lo humano. Eso que nunca jamás podrá descifrar la ciencia. Si alguna vez lo hace, perecerán los sueños.

Impreso desde www.manueljulia.com el día 01/04/2023 a las 15:04h.