28/08/2002
Me llamó la atención que en el pleno sobre la ilegalización de Batasuna algunos se refirieran a la Guerra Civil y al franquismo. Hace exactamente 52 años que finalizó la Guerra Civil, y 27 años que el franquismo ya es historia. Que vivieran la primera sólo quedan gentes ancianas. Que sufriéramos el franquismo quedamos aún varias generaciones. Pero es tan cierto que la vida ha corrido a tanta velocidad en estos lustros, que siendo sinceros, parece que pasó hace más tiempo. Yo viví la guerra en los labios de mi padre, y al margen del bando en que el destino le puso, siempre observé amplia angustia en su mirada al recordar tanta sangre innecesaria. Contra el franquismo luché en mis años mozos, y en consecuencia, me hice contra Franco demócrata antes que cualquier otro apelativo, ya sea progresista o conservador. Soy lo primero, pero ya digo, después de demócrata y humanista.
En todo caso, me pasa como a la mayoría de la gente: creo que aquello ya sólo existe en los libros de historia. En la vida normal son hechos tan superados, que ni siquiera existen en las conversaciones cotidianas. Afortunadamente se ha pasado página y ya no decimos que estamos en una segunda o tercera transición, sino en una democracia consolidada. Por eso me llamó la atención que los representantes de Izquierda Unida, PNV y Ezquerra Republicana regresaran, con estas referencias, al típico discurso de la década de los setenta u ochenta. Entonces tenía sentido, porque lo básico en nuestra sociedad era superar las cadenas profundas de una dictadura reciente.
Sin embargo, hace ya como ocho o nueve años que los políticos mayoritarios apenas remueven ese fango. Quizá porque quieren conectar con una sociedad que bebió a conciencia las aguas del río Leteo y olvidó lo que apenas tiene sentido recordar. Pero ya digo, quedan gentes como Arzalluz, Anasagasti o Llamazares que siguen removiendo la momia de un viejo dictador a quien casi nadie visita en su valle. A los dos primeros los entiendo, pues parte de la sociedad vasca aún no ha aceptado la transición y sigue anclada en las viejas trincheras. Pero lo de Llamazares es distinto. Es ante todo trasnochado. Después de tantas refundaciones, adaptaciones y cambios para asomarse a una sociedad joven y moderna, sigue el hombre con el mismo discurso de la vieja izquierda, cuando esta ha demostrado que casi nadie la sigue precisamente por vieja. Cada época histórica tiene fotografías que el tiempo va volviendo amarillas. Así pasa también con las ideas, cuando son fotografías: que se vuelven mohosas.
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