28/02/2021

PARA LA LIBERTAD

Yo no aprendí la libertad en Marx, sino en la miseria, dijo Camus en El extranjero, una novela en la que se expresa muy bien la mutilación de la libertad individual -Mersault- para que la vida colectiva sea posible. La libertad es un concepto absoluto al que de manera democrática le resta eficacia un concepto accesorio, el de la necesaria convivencia social, que solo es posible concebir cuando se ordena la colisión de derechos individuales. Sin la convivencia la sociedad es inviable, viviríamos en el enfrentamiento y la violencia permanente, y más nos valdría por tanto irnos a vivir solos. Por ello la convivencia es la base del derecho, de la democracia y en consecuencia de los derechos individuales, incluido el de la propia libertad.

La libertad no tiene sentido si no se relaciona con los otros. Son el mar por el que ha de navegar. En los otros se encuentran los puertos en los que ha de atracar. La libertad tiene múltiples opciones para manifestarse, y siempre habrá que luchar para que nada pueda cercenar ese derecho (no olvido aquí la palabra de don Quijote diciendo que la libertad es el mayor don que nos dieron los cielos), pero conviene pensar que en Delfos, el santuario de Apolo, el templo de la sabiduría, que buscaba dar orden y armonía a la confusión, fue grabada la frase délfica: Nada en exceso.

Los antiguos griegos, que crearon el más maravilloso dios de la historia, la Razón, sabían mejor que nadie que la libertad depende del dominio de uno mismo, sabían que la libertad sólo es libertad cuando es controlada y limitada. Por supuesto desde una perspectiva democrática, no autocrática, porque es la democracia quien garantiza la máxima convivencia. Por ello supieron crear un único dios uniendo a Apolo, la sabiduría, y Dionisios, la libertad y la felicidad. Entendieron que esa armonía era la única que garantizaba la convivencia, necesaria para que impere la libertad de todos dentro del orden que impone la democracia.

La libertad de expresión es una de las más sagradas, por supuesto. Pero a veces la lengua hiere más que una espada o un golpe, y más en una sociedad como la nuestra donde la palabra es comunitaria, llega a cualquier parte, y puede devorar la dignidad de otros. En nuestra sociedad la palabra genera violencia como nunca lo ha hecho. Y esta violencia no puede quedar impune. Puedo entender que haya que revisar jurídicamente el asunto para adaptarlo a los tiempos (rebajando unas cosas y aumentando otras claro), pero no entiendo que busquen la impunidad frente a un ejercicio abusivo de la libertad, como en estas algaradas casi dementes por Hasel. Eso sería, como dije, cargarse la convivencia. Y sin convivencia no hay democracia.

Impreso desde www.manueljulia.com el día 27/09/2023 a las 00:09h.