El Diario de Facebook

11/02/2014 - 00:00 h.

EL MAR EN LA LLANURA

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Una de los emblemas de Castilla, de nuestra tierra, es el ansia del mar, el sentir que nuestras llanuras interminables y vivas puedan parecerse en su inmensidad al mar. Incluso que el balanceo de la mies ante los vientos desaforados pueda parecer el movimiento de las olas y que cuando suene una ventisca por las montañas lejanas sea como si el mar de las espigas estuviera embravecido. Los poetas del 98 se enamoraron tanto de Castilla que imaginaron la más hermosa belleza saliendo de nuestras tierras ásperas y solitarias. El gran Azorín, el melancólico Machado y los otros realizaron una visión parecida a la del Quijote y vieron fábulas literarias y riquezas poéticas allí donde los pueblos perdidos se morían de sed cuando el sol del verano achicharraba las fuentes. Pero la metáfora más hermosa que nos entregaron fue la del mar y las espigas. Un campo sin límites, ciego en la llanura, con la siembra balanceándose parece un mar de oro. Brilla al atardecer entre las breves montañas de Calatrava y los primeros escarceos de Sierra Morena. El mar es de trigo. El mar es de luz prendida a la tierra y es un mar solitario, por el que sólo van enormes cosechadoras que parecen catamaranes recorriendo la soledad. Porque aquí, en esta llanura, como en el mar, también tenemos la soledad de lo inmenso, la soledad que muestra la tierra cuando se pierde más allá del horizonte. Sí, como decían los poetas del 98, los castellanos tenemos ansia del mar, y cuando lo vemos, esa nueva inmensidad nos recuerda a la nuestra, a la de las llanuras. Hace mucho tiempo se pidió el parecer a unos ancianos sobre su actividad cultural preferida. Y respondieron que ver el mar. Llegar a la playa y sentarse a ver cómo suena igual que las espigas en primavera, cómo huele también a esa inmensidad que aquí nos ha regalado la tierra. Y así, aunque no tengamos playas ni arrecifes sí tenemos un mar vivo que suelta cada una de sus olas de lo más profundo de la tierra.