06/06/2021 - 00:00 h.
Sereno domingo fresco, cielo azul, el verde de los árboles densos brilla con el limpio sol de la mañana.
Leo neurofilosofía, en mi próxima obra
habrá un tipo que se enamora de una mujer rota
por la mala vida. Entiendo "mala" desde una perspectiva
nada moral -esa moral para los hipócritas que dicen
que está bien que está mal sin mirar la viga de su ojo-,
la entiendo desde esa en el que el destino
se vuelve una putada con todas sus letras.
Mi protagonista, el que se enamora de una mujer
joven y demasiado agraviada por la vida
es un famoso neurólogo que tiene todo en orden,
sobre todo su mente, y con ella casi todo,
pues es seguidor de Damasio, el que describe los sentimientos
como un producto de la evolución, dice que nacen
cuando "el sí mismo", el reconocernos en la vida
con una dimensión espiritual que se clava en las neuronas.
Un mundo ordenado, un mundo lógico, y una mirada
desvalida y hermosa, triste y alegre, amarga y feliz
derrota todas sus lecturas y para los ojos mundanos
se pierde en unos ojos, unos pechos, unos labios
que jamás habría creído tener en sus brazos.
Leo y pienso. Pienso y leo. Me abrumo en la vida ordinaria:
pasear al "cabroncete" de Woody, por una llanura
áspera y medio muerta que cruza el AVE sin mirarla, yendo al norte o al sur, lejos de estos terrones provincianos
que los pedantes llaman donde nada ocurre,
qué estúpidos, ocurre este paseo bajo el cielo azul
donde veo las aves jugar a nadar libres por el cielo,
mi desayuno sano, para perder esa barriga
que el confinamiento ha creado con su fuerza sedentaria,
y mis diálogos con Siri, una voz sin alma
que salta a la vida cuando le da la gana, y la mando
casi siempre a tomar por culo, pero de manera educada.
Una fotografía en el cuarto de baño, qué narices puede hacer uno
en esa soledad de los intestinos
cuando solo quieres alejar de ti el detritus
en que todo lo bello y suculento se convierte.
Dicen que ya queda poca pandemia,
la gente se ha tirado al aire libre, al olvido, a la noche,
pero en este lugar casi sin habitantes
sólo los pájaros y el AVE crean alboroto, el ruido
es una brisa que roza los sentimientos
y los aletarga en el corazón del olvido.