06/02/2021 - 00:00 h.
En este semiencierro, y más un sábado nublado de invierno, hay tiempo para mirar fotos viejas. Eso es como encender una vela en la memoria y alumbrar un pasadizo que lleva a la más oculta habitación del olvido. Las fotos están en una caja de cartón desgastada. Amontonadas con pequeños juguetes rotos hará muchos años que no ven la luz. Por eso, cuando abro la caja, y la luz blanca de la mañana las despierta, parecen soltarse la ausencia, recibir el calor de la vida futura. Saco las fotos y las echo sobre la mesa después de mirarlas y sentir con cada una un pálpito fugaz. De algunas recuerdo el instante en el que el fotógrafo plasmó su eternidad de papel; de otras, tan pequeño era, que nada recuerdo. Pero cada una de ellas me produce una íntima, luminosa, profunda sensación de felicidad que remueve el aire de adentro.
Cuando las miro realizo un viaje en el que no llevo otra alforja que el frío de mi alma. No siento que viajo al pasado, siento que me desplazo a otro lugar en el que está esperándome lo que fui, lo que soy, y lo que seré; lo que amé, lo que me amó y lo que sentí mío o sintió que era suyo. Allí está mi amigo Maxi, el ser más hermoso y bueno que he conocido en mi vida. Tan frágil, tan desdichado, lo arrolló la maldita droga. Recuerdo aquel día en los jardines de Campus. Nos amábamos porque sentíamos la fuerza de la belleza de la vida. Él me hizo una fotografía en la que plasmó en mis ojos el deseo de un joven que quiere ser poeta.
Y las viejas ferias, ese corazón infantil rebosando alegría. Recuerdo que montado en aquella vespa extática viajé por los lugares más lejanos de la galaxia. El rostro de mi padre, ese que vi cuando era niño, y el de mi madre, son los que viven dentro de mí. Con lo cual he vencido al tiempo porque en mi memoria son siempre jóvenes. Me acuerdo de aquel verso de Dionisio Cañas que dice algo así como "qué jóvenes están siempre los muertos".
Esas fotografías viejas son como una burbuja en el fondo de mi memoria. Tienen una atmósfera de ayer que quiero respirar para siempre. ¿Qué ves aún en las tinieblas del pasado y en el abismo del tiempo?, dice Shakespeare. Yo veo una fuente en la que aún el amor sigue manando, cuya agua convierte trozos rotos de recuerdos en bellos cuadros que llenan la soledad del silencio.