01/03/2020 - 00:00 h.
El domingo ha amanecido nublado, fresco, con el cielo de un gris claro elegante...
Salgo al amanecer a pasear con Woody, bien abrigado, pues el aire de la llanura castiga la garganta con fuerza.
Yo escucho un audio libro, "Intemperie", de Jesus Carrasco,
su prosa es el marco perfecto a este imperio de rastrojos amarillos, sendas rojizas, lomas leves y árboles helados que me rodea..
Woody escucha el viento, olisquea los hormigueros, avanza abriendo el mundo con su nariz poderosa.
El AVE pasa al lado y nos rompe la paz y los dos lo miramos intentando ver a la gente que dentro irá adormecida,
pero va tan rápido que apenas podemos ver el destello del sol que traspasa las nubes sobre su chapa blanca.
-Eh Woody - le digo al perro-, qué pensaran esos de nosotros, si nos han visto a esta hora por el campo, con el frío que hace.
Woody me mira, y por un momento tengo la sensación de que me va a responder, de que me va a decir "qué piensen lo que quieran, nosotros vamos a gusto y bien abrigados, hemos visto el hermoso amanecer de la llanura, somos afortunados".
Pero no me responde. Levanta la pata y suelta el orín de su dominio sobre una mata que debió ser antes mojada por otro perro.
En esta llanura apenas hay árboles. Unos cuantos cipreses al fondo, en un chalet. Varios ciruelos en la otra esquina. Un cúmulo de extraños pinos al frente, árboles que le sientan al paisaje como a un santo dos pistolas. Eso es lo único que hay.
Pero la llanura es muy bella. Quiero mirar a gusto. Paro el audiolibro (después me tumbaré en el sofá, y con los ojos cerrados seguiré cautivo de la bella prosa de Carrasco).
-Qué bella es la llanura Woody -le digo al perro-, uno descansa la retina dejando que los ojos lleven su poder hasta el más lejano horizonte.
Woody abre la boca. No sé si es un bostezo o un aviso. No sé si le parece que soy un tipo aburrido o que tiene hambre y me avisa de que ha llegado la hora de su desayuno.
No, no me ve como un tipo aburrido. Porque después de cerrar la boca (iba a decir sus labios, joder cómo hemos humanizado a los perros) saca la lengua, se da un lametazo por el morro, y luego mirándome con un atención infinita saca y mete su larga lengua indicándome que es la hora del desayuno.
El sol se estrella contra el algodón de las nubes. Intenta penetrarlas, y por algunos velos finos del cielo lo hace. Son más de las nueve.
-Tienes razón Woody, es hora de desayunar. Tú un cacho grande de pan y yo mi café con tostada.
Otro AVE pasa, suena como una tormenta sin tiempo que rompe el silencio.
- ¡Venga jodío vámonos ya a casa que estoy hambriento!
¡Lo he escuchado claro!, y no sé si esa voz que así me habla es mi propia voz, o quizá que se ha encendido el audiolibro, y lo dice Jesús Carrasco, o es que Woody me ha hablado.
Coño, Dios le ha dado a mi perro el don del habla.
-¿Has sido tú Woody, quien me ha hablado? -le pregunto parándome.
-¡Quién va a ser jilipoyas, pues yo!, si estamos aquí tú y yo solos y habías apagado el audiolibro, quien va a ser -dice Woody.
Me lleno de estupor. Una sorpresa inimaginable me inunda. Y eso que muchas veces, cuando estábamos él y yo solos en casa, escuchaba palabras y creía que venían de la televisión del vecino.
Manda carajo, mi perro habla. La de veces que le he hablado y no me respondía. Pero el hijoputa podía.
-¿Desde cuando hablas Woody? -le pregunto.
-Desde que tengo mucha hambre, te lo digo, y no te enteras -me responde.
-Pues venga, bienvenido al mundo de los parlantes -le digo feliz- vámonos a comer.
Comenzamos a caminar deprisa por el campo.
Pasa otro AVE ruidoso que rompe el viento y destroza el silencio.
Y cuando vemos al fondo la casa y Woody echa a correr, me despierto. Joder, ha desaparecido ese maravilloso sueño en el que paseaba con Woody, me hablaba y nos íbamos corriendo a casa.
Abro los ojos del todo y del sueño ya solo queda un recuerdo poderoso.
Woody está tumbado al lado de mi cama, dormido, feliz, silencioso.
Me levanto. Miro por la ventana. El domingo ha amanecido nublado, fresco, con el cielo de un gris claro elegante....