El Diario de Facebook

28/04/2020 - 00:00 h.

SÉPTIMO MARTES DE CONFINAMIENTO

Imprimir artículo

A veces las horas son días, y los días semanas,

y las semanas meses, el cielo nublado sume el tiempo en una melancolía que se agarra al horizonte lejano intentando encontrar una palabra que llene todo de sentido. Allá lejos veía los AVEs cruzando la luz ámbar amarilla del atardecer, los veía desde el ventanal inmenso de mi buhardilla

recibiendo el aire primero del alba, rugir bajo el sol del mediodía, los veía antes de llegar a los valles y las quebradas y las íntimas umbrías de Alcudia, donde los alcornoques y las encinas beben el profundo néctar de la tierra mojada.

Apenas pasan trenes ahora, pero cuando miro esa ausencia en el paisaje, a veces algún águila cruza el viento del valle y se pierde, y llega por el horizonte, muy encima de los tejados, da un vuelo rasante y se aleja por el sur hacia el viento limpio del puerto de Niefla.

Los días pasan demasiado iguales a si mismos, enclaustrados en una monotonía obligada. En las tardes el silencio estalla por el campo, y poco antes de anochecer, cuando los aplausos entre las canciones y las sirenas dejan de despertar la vida, y viene la noche, el silencio también se acuesta en la ausencia, debajo de las farolas, en cualquier esquina, al fondo del vacío de la calle desierta.

Pienso en la vida gris, en el continuo tedio, y cuando la melancolía se asienta en mi morada sueño despierto, imagino el día que volveré a ver los AVEs dirigiéndose a Sevilla, cruzando Alcudia como serpientes luminosas en la noche llena de luces y bares.

Imagino el primer abrazo que daré, el primer paseo por la ciudad quizá aún solitaria, el primer encuentro inesperado en una calle o el primer beso que podré dar sin miedo. A veces la melancolía cruza mi pecho y en él se asienta, lo confieso, a veces quiere despertar una angustia innecesaria, pero lucho con todas mis fuerzas contra ella, la destierro de mi, la uso tan solo para encontrar un verso bello y misterioso.