12/08/2020 - 00:00 h.
Avanzó sobre mi verano como sobre una sombra,
una sombra que piso en la soledad
de un amanecer,
en horas de lectura en las que me evado de todo, aunque todo no deja de ronronear en mi mente,
voy con una sombra que acaricio en la siesta adormilado en un sofá, entrando y saliendo
del sueño, dejándome masajear
por la placidez del olvido,
voy con mi verano hacia un lugar que desconozco,
no sé si será de ayer, o será de nunca
o se parecerá a mi deseo
siempre hundido en lo difícil.
Avanzo sobre esa sombra mientras el calor
me cobija en su pecho mojado,
y sé qué es esa sombra:
es un dolor exprimido
del corazón de la vida,
un dolor inesperado.
Te amé, te amé, y pensaba que por amarte
todo se pondría de rodillas
ante ese amor,
pero no se puso la sombra,
con ella avanzo como todo el mundo
(unos mejor que otros)
y a veces me desperezo, muevo la cabeza
por si la sombra pudiera soltarse de mi cuerpo
y de mi mente,
pero no se suelta,
siempre está ahí, además de en mí,
en la televisión, en los periódicos, en internet,
en las calles llenas de gente embozada que todavía
sigue preguntándose qué ha pasado,
todo iba bien y apareció la sombra,
lo cubrió todo y se quedó con nosotros,
reina del tiempo.
Duermo feliz con mi verano cuando el frescor
del frío nocturno recorre mi cuerpo
y me encojo, en posición fetal, me abrazo
y estoy en el silencio más amado de adentro,
allí no llega la sombra, no puede penetrar
la profunda memoria de la conciencia,
donde el latido más hondo del ser comienza.
Sé que esta sombra morirá.
Mientras tanto he aprendido a convivir con ella.
Esa es la mejor manera de vencerla.