29/10/2016
Rajoy es un mayordomo de las sombras. Describe la punta del iceberg de la realidad. Sus ojos son contrarios a sus labios. Sus manos se pierden en los balances. La ilusión es una percepción que le resbala por el traje. El dolor del país es una cifra que se muere en los papeles. Su corazón no puede salir de los despachos. Su verbo pragmático, frío, mohoso, interminable genera la misma ilusión que un domingo con lluvia. Rajoy es el ser que aguanta, calla, vive con la oscuridad del secreto y la apagada canción de un violín con una cuerda. Viéndole hablar siento que el presente no puede quitarse el traje de cadenas del pasado. Sus palabras duran diez minutos que parecen eternos. En el bar la gente está con sus raciones, su fútbol, su corazón enojado. En las casas se piratea la peli con el mando para escuchar unos segundos e irse. Los colores opacos, grises, marrones, monótonos de su vestimenta son la imagen visual de esa oscuridad que vive en la tristeza del parlamento.
Antonio Hernando tiene una imborrable angustia en sus labios porque el corazón no puede salir afuera. Se le nota el dolor en los ojos. La terrible situación política le pone al lado de un precipicio. Sabe que la credibilidad le abandona y quiere agarrarla con cierta reprimenda al presidente, y con el anuncio de una oposición inflexible. El suyo es uno de los discursos más tristes que he visto en mi vida. Sus razones se ahogan entre el corazón y la conveniencia. Pablo Iglesias realiza una intervención que valdría igual para un mitin o una tertulia. El problema no es la descripción del dolor de un pueblo. Lo describe mejor que nadie. Sino cuáles son las medicinas que ofrece para curarlo. Se explaya en el verbo incendiario pero no sabe construir puentes. Su mediática pose tiene una terrible lejana ausencia de nobleza, y sus recetas ya han matado a muchísimos enfermos. Rivera es monocorde. Está bien lo que dice. Un discurso responsable. Pero hace falta algo más para ilusionar. Un político tiene que ser utópico antes de que la realidad le cambie. Aitor Esteban se prepara para cambiar votos por competencias.
Rufián realiza un discurso miserable, una charlotada parlamentaria. Está en el parlamento porque allí tiene que haber de todo. Su verbo es la oscuridad de la razón y el tribalismo más sectario. En general los independentistas hablan de destrozar, no de recomponer. Y al fin Rajoy vuelve a ser presidente. Las alfombras del poder, algo sucias, esperan sus zapatos. Nadie sabe si será por unos meses o unos años. El país hace rafting por el río más caudaloso. Unos intentan mantener la balsa sobre el agua y otros que vuelque cuanto antes. Este país es extraño. Aunque, como siempre, sobreviviremos.
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