17/09/1998
Cuando oigo las peroratas castizas de Arzalluz y Pujol en sus tribunas periféricas, pienso que Umberto Eco tiene razón, estamos regresando a una nueva Edad Media. Cada vez que escucho la oratoria lugareña de estos nacionalistas catetos que tenemos, tengo la sensación de que esa gente, aparte de mirarse y mirarse el ombligo centrífugo, sólo quieren que vuelva la España remota, aquella que fue un vecindaje de estadillos liderados por caciques, respecto de los cuales, el Estado o la Corona, sólo eran un vistoso remate innecesario. Como en la Edad Media, ya digo. Da la sensación de que Arzalluz y Pujol quieren que España sea un extrarradio de Europa poblado por clanes orgullosos que buscan su identidad en el tatuaje de la sangre o en la génesis de la lengua, como si la Historia, con mayúscula, fuera el producto de alguna casualidad y no el resultado de eso que Hegel llamaba “la astucia de la razón”. Clanes, tribus, bandas; clases, partidos, grupos, estamentos autistas, privilegios míticos. La informe diversidad territorial de la Edad Media es lo que nos proponen desde los nacionalismos, como el último grito del futuro.
En el fondo, este voraz maremágnum del nacionalismo que vivimos es una moda momentánea, una ventolera que irá cediendo a medida que en la conciencia clánica vaya abriéndose paso alguna racionalidad. Como todas las modas. Aunque, seguro que para entonces el dúo calavera ya se abran cargado la obra de los siglos, ya abran extirpado de las mentes la historia de España (la buena y la mala) y la cosa no tendrá solución, quedando el vocablo quizá como un Vellocino semántico que estudiarán los investigadores del folclore. Esta historia, la de España, a Arzalluz y a Pujol les importa como si llueve en Argamasilla o el Manchego vence al Puertollano. Para ellos España es la síntesis innecesaria de una suma de feudos.
Porque la cuestión nacionalista, que fue legítima aspiración de identidad en su momento, ya ha devenido en una vulgar y provinciana antítesis de la modernidad, que es globalización, superación de lo diverso, integración del fragmentado universo que nos legaron los siglos. La nación fue un modelo superador del puzzle señorial de los feudales. Y ahora la nación se supera por el efecto integrador de las entidades supranacionales, como la UE, tratando de integrar las diferencias culturales, lingüísticas, sociales, etc..., en una organización común. Bueno, pues estos infaustos personajes del nacionalismo trasnochado, en este esquema, se nos presentan dándole para atrás a la moviola. A ver si descomponemos lo unido, si llenamos el espacio de fragmentos indivisibles, exactamente lo contrario de lo que la sensatez histórica proclama. Y es que son tipos medievales. Tienen la aspiración de regresar al pasado para modificar la historia y que esta sea como ellos habrían deseado que sucediera. Aunque, como dice Ortega, el pasado es por esencia revenant. Si se le echa, vuelve, vuelve irremediablemente.
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