04/07/2015
Mientras leo a mi autora preferida sobre los griegos, Edith Hamilton, y también los lamentos de Varufakis, gritando contra la usurpación del poder democrático por una minoría de tecnócratas que recelan de la sabiduría del pueblo, me acuerdo y siento la certeza del axioma de Tucídides, manifestado en su "Historia de la guerra del Peloponeso". Tucídices dijo que la historia es una rueda que gira y gira, porque la naturaleza humana es siempre la misma, y el móvil es esa extraña pasión por el poder y las posesiones que ningún poder ni posesiones pueden saciar. En el siglo VI a.C., 150 años antes de la guerra que nos cuenta Tucídides, nació la Atenas que conocemos. Era un estado gobernado por una aristocracia terrateniente que, al intensificarse el comercio, se convirtió en una aristocracia de la riqueza. Pero por fortuna para todos nosotros, en aquel tiempo llegó al poder un hombre bueno y grande, Solón, demasiado grande y demasiado bueno como para codiciar el poder para sí mismo. Vio que el poder se convertía en mal, y que la codicia era su fuente y su fuerza. "Los hombres son impelidos por la codicia a conquistar riqueza en formas injustas", escribió, "y aquel que tiene más riqueza, siempre codicia el doble". Y dijo a los atenienses que "los hombres poderosos arruinaban la ciudad". Por eso Solón organizó el gobierno de acuerdo con un nuevo espíritu. Hizo partícipe del poder a la gente común, y echó las bases de la primera democracia del mundo.
Pero siglos después la rueda vuelve a su principio, como decía Tucídides. Después de un tiempo de democracia social, que nació en la década de los cincuenta, en la línea de Solón, la aristocracia de la riqueza vuelve a determinar la historia. Es la vieja guerra entre Keynes y Friedman, entre Reagan y Thatcher contra el Welfare State. Ha vencido el liberalismo económico por la cruel globalización de los mercados sin haber siquiera atemperado los desequilibrios territoriales y sociales. Lo del euro ha sido un ejemplo de este poder de la codicia. El hecho de que el BCE tenga como objetivo luchar contra la inflación, sin añadir en idéntica fuerza la lucha contra la pobreza, ya lo dice todo. Se puede rescatar a los bancos, pero no a los ciudadanos. Se ha destrozado a esa vieja Europa que tenía como principios, además de la unión monetaria, la cohesión y la democracia. Lo que estos tecnócratas persistentes en el error están haciendo es terrorífico, llevarnos de golpe hacia el siglo XIX. Como dice el propio Obama, recortar el gasto público sin promover a la par un crecimiento económico es llevar a la genta a la miseria. A la gente, sí, la que no pinta nada en las decisiones, pero luego es quien sufre la angustia de los errores.
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