21/02/2015
Siempre me ha molestado esa economía tecnocrática que solo habla de números como si no hubiesen personas. Por eso discuto con mis amigos economistas que ésta no es una ciencia matemática, sino una ciencia social. O pura psicología a veces. Y más si hablamos de crisis, como nos demuestra Galbraith en su hermoso libro Breve historia de la euforia financiera, en el que analiza las crisis financieras desde el siglo XVII. Comienza con la famosa Tulipamanía, burbuja inmensa que arruinó a muchos holandeses con los bulbos de tulipanes. Oliver Stone lo explica muy bien en la primera, y mejor, Wall Street, cuando Gordon Gekko, que ha sido vencido por la realidad, recoge sus cuadros del apartamento y uno de ellos contiene los tulipanes holandeses, que en aquel tiempo debido a la euforia de la avaricia arruinaron a inversores, armadores, ciudadanos, lo que ahora ha pasado con las viviendas. Pues se trate de tulipanes o de casas siempre ocurre lo mismo. La economía se vuelve el timo de la estampita. Así ha pasado con las preferentes en esa cueva de ladrones que era Bankia, por ejemplo.
Así que cuando hablamos de economía hablamos también de sociología y psicología. Y de ética y filosofía. Y si me apuran de teología, pues no otra cosa que fe venden esos gurús que parecen dominar los elementos, y al final, su obra, como la Armada Invencible, es arrasada por la tormenta, con la diferencia de que ellos siempre se salvan. Mucho hablar de competitividad, pero bien que tienen guardados sus dineros en paraísos fiscales protegidos. No les gusta el inherente riesgo que ha de tener la economía especulativa, sobre todo para que quien la monta pierda en la derrota y así sea más prudente. Pero esta gente jamás pierde. En sus covachas tienen el futuro a buen recaudo.
Y al final todo este montaje atroz consigue que los más tontos vayan a la cárcel, los más listos se queden con el dinero, y los más inocentes, es decir la gente, el pueblo, los ciudadanos o los paganos, como queramos llamarnos, los que sufran. Algunos durante generaciones, ya sea expulsados de sus casas, perdiendo los ahorros o la calidad de vida con el paro. Por eso no entiendo que ese monstruo insensible, la troika, actúe desde un tecnocratismo que manda a los pueblos a la desdicha, sin además solucionar el problema. Y por más que la vicepresidenta crea que hemos descubierto aquí el Bálsamo de Fierabrás, que se dé una vuelta por las calles, las casas, las tiendas, y verá que hay mucha angustia sin esperanza. Verá que el sistema de recortes ha llevado a inaugurar una época de tristeza e indigencia, más cerca del XIX que del XX. No sé qué hay que tener en la cabeza para sacar pecho de lo que aquí ha pasado en estos últimos años.
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