13/04/2013
Imaginar que pueda concebirse algo así ya pone los pelos de punta. Solo por una terrible enfermedad mental, transitoria o permanente, puede uno pensar que sucedan estas cosas. Pero aun así, encontrando estas razones psíquicas, da pavor sentir que eso pueda pasar. De lo más horrible que uno pueda imaginar. Un padre destrozando las vidas de sus hijos, apretando el gatillo. Impensable. Era cazador. Por eso quizá el sonido de la dinamita, y el olor pastoso de la sangre, no lo soliviantaba demasiado. Estaba acostumbrado al rito, aunque claro, esta vez detrás del cañón estaban sus hijos y su suegra. Y luego su sien esperando. Por esta razón la policía deducirá que estaba desesperado, que se sentía en el final de algún malvado proceso mental que comenzó doloroso y terminó oscuro, haciéndole perder el juicio para llegar al acto más horrible que pueda imaginarse.
Y eso que vivía en la calle San Francisco de Asís, ese santo rescatado del tedio de la historia por el nuevo Papa, y que representa el amor frente al odio, la paz frente a los actos agresivos, la ternura frente al daño, la comprensión frente al ahogo, la bella humanidad frente a los síntomas de nuestra bestialidad profunda. Pues allí actuó el perdido. Bajo los bellos pensamientos de las palabras del santo. El viento le susurraba, como en la agónica película de Stanley Kubrick El resplandor, la palabra mátalos despacio. Hasta que Jack Nicholson, con la locura estallando por sus ojos, inició esa caza de su familia por los pasillos solitarios del hotel.
Afuera entonces nevaba. El genial director de 2001, una odisea en el espacio quiso mostrarnos lo horrible en un escenario blanco y oscuro. La nieve y la noche. Las luces y el fulgor helado de la nieve. Aquí en La Mancha seguro que llovía, porque llevamos demasiados días húmedos… Y mientras el asesino preparaba su armamento, escondido quizá en los rincones negros, se oía afuera el bello golpe del agua en las tejas y las antenas, muchas veces sinónimo de seguridad y protección, sobre todo cuando uno se siente resguardado, seco, en su refugio, y ve estrellarse la lluvia en los cristales o perderse en la oscuridad del suelo.
Pero el horror es idéntico. De los más horribles que pueden producirse. Porque del progenitor es de quien se espera el cariño más comprensivo, el abrazo más protector, y quien ha de salvar al pobre niño de los peligros del mundo y esconderlo de las fieras. Por eso sentimos que este tipo de crímenes son los más horribles y despreciables, y también que lo mejor que puede decirse es que uno jamás imaginaría que alguien pudiera hacer una cosa así. Pero se hace. ¡La naturaleza humana es tan contradictoria! La locura es tan real, que no cesa de avanzar a nuestro lado, como nuestra sombra.
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