15/01/2012
Los poetas tienen que nacer, no hacerse, escribe Aldous Huxley en un poema que jamás publicó, y que gracias al profesor Janes Sexton hoy conocemos. Huxley es más popular como novelista, sobre todo por su terrible percepción del futuro en “Un mundo feliz”, pero era un gran poeta y formó parte del grupo de poetas de Oxford (Auden, Spender, Day Lewis, MacNeice…) gracias al cual la poesía anglosajona alcanzó cotas de belleza y reflexión muy elevadas. Pues bien dice Huxley que los poetas han de tener una luz que les nazca adentro, no encontrarla afuera, ya que afuera sólo hay lo que los sentidos perciben, realidad que unos ven como imagen plana y otros como espacio lleno de múltiples dimensiones. Si no existe esa fuente luminosa en el alma nunca habrá verdadera poesía en los papeles.
El gran poeta romántico Jhon Keats, en su famosa carta a Richard Woodhouse, dice que el poeta debe tener la capacidad camaleónica de convertirse en la poesía que existe. En la que hay en el sol, la luna, el mar, los hombres y mujeres, la memoria…, para dejar de ser él y volverse la poesía de lo que ve. Pero para ver hay que tener abiertos los ojos del corazón, hay que venir al mundo con ellos y no tener las entrañas de hierro. Son los ojos que ven más allá de lo físico. Los que ven lo enigmático así como los ojos de la ciencia ven las partículas y los átomos.
En la poesía, como dice La Biblia, muchos son los llamados pero pocos los elegidos. Muchos los que se devanan con las asonantes y las consonantes, la métrica y la rima, pero pocos los que pueden desvelar la huella nostálgica de las cosas o volver a crear el mundo en el interior de la cabeza del lector, un mundo hasta entonces desconocido y al conocerse amado. “Oh si, como al principio”, dice Góngora, “por el poder del verbo crear de nuevo el mundo, pero esta vez bien hecho”. O sea, el poeta es un creador, juega a interpretar a Dios. Es el cauce que crea la naturaleza para que la iluminación de lo enigmático o el poder de la belleza sean un modo de conocimiento.
Pero esa capacidad, como decía Huxley, ha de ser innata, y aunque se tengan muchos sentimientos (Wilde hablaba de demasiados malos poemas hechos con buenos sentimientos) no es suficiente, hay que tener ese “duende”, del que hablaba Lorca, para que la poesía se traduzca en palabras primero en los ojos del poeta y después en su alma creativa. Entonces el poeta, como un chamán prehistórico, le hablará a la tribu de la otra belleza que hay en todo. Mostrará la vida oculta de las palabras o las imágenes. Abrirá las cortinas del mundo para que el público encuentre su esencia y su sentido trascendente. Y entonces la tribu comprenderá que sigue necesitando los ojos del poeta.
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