04/09/2011
Leo un libro de Jean-Jaques Rosa sobre el euro. Se llama L’euro: comment s’en débarraset. A la primera conclusión que llego es que muchos de los problemas que ahora nos asolan eran predecibles. Europa es una bella historia que comenzó con una idea filosófica de convivencia (estaba cerca la Segunda Guerra Mundial), unida a otra de carácter económico, en la que, inicialmente, no era la prosperidad, sino la generación de intereses comunes, el objetivo básico. Si creamos un mercado único evitaremos otra gran guerra en Europa. Cultura y economía eran los dos grandes ejes del proyecto europeo.
La palabra cultura la entiendo desde una perspectiva amplia. Incluyo en ella todo lo que pueda constituir una base única social para Europa. La eliminación de los desequilibrios territoriales, con todos los fondos para la cohesión, es desde mi perspectiva una cuestión cultural, el reconocimiento a la raíz griega y cristiana de esta sociedad, y del espíritu intelectual del maravilloso siglo XVIII. Ésa era una de las Europas que comenzaron su andadura, la social. La otra, la económica, comenzó suave con la creación de un mercado único restrictivo. Luego avanzó despacio, hasta que en Maastricht se escribió el objetivo de una unión monetaria.
Mientras tanto, salvo en la política regional y agrícola, la otra Europa, la cultural, la social, la institucional, la democrática, se quedó anclada en millones de páginas de buenas intenciones pero escasos recursos. Si Europa tenía dos columnas una se hizo de cemento y otra de arena. Era tan enorme el ansia de facilitar el negocio, de crear una moneda, que obviaron el hecho de que se aplicaría sobre economías muy diferentes. La distancia del Pib per cápita, la presión fiscal, el nivel de dotaciones sociales o el valor de la balanza comercial entre algunos países era y es abrumadora. Pensemos en Grecia y Alemania. Incluso en nosotros.
Antes de la moneda única se debería haber creado un equilibrio socioeconómico entre los países participantes. No basarse sólo en la macroeconomía. Pero no se hizo. Así que los remedios han de ser los mismos para todos. Y eso no es bueno. Porque cada país está en un nivel determinado de evolución. Alemania puede permitirse el lujo de frenar la inversión pública. Pero no España. Porque nuestra economía necesita más que la alemana el movimiento del dinero público. Ojo, que hablo de inversión.
Y en nuestro caso todo lo que signifique paralización de esta inversión será más paro, pobreza e indefensión. Decían los euroescépticos que el euro sería negativo para los países en desarrollo. Entonces no lo creí. Pero ahora observo que llevaban razón. La prueba es que ya existen generaciones de jóvenes que van a vivir peor que sus padres, e incluso que sus abuelos.
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