21/11/2010
Mi amigo José Luis López Jiménez me envía su artículo publicado en la revista Manager Business titulado Medio día para pensar. Conocí a José Luis con motivo de mi lección inaugural en un máster de la Fundación Siglo XXII. A él le interesó mi concepción humanista de la gestión, y después de aquella conferencia, volvimos a vernos y a charlar a fondo sobre algo que a los dos nos interesa: el valor de la mente como materia prima del desarrollo humano. En su artículo José Luis incide en la necesidad que tenemos de despistar la vorágine cotidiana para pararnos a pensar, a disfrutar del silencio de la mente y a entender la rutina en la que estamos inmersos. “Si actúas como si fueras un pensador te convertirás en uno”, dice con palabras de Edwar de Bono, quien cree que con la meditación es posible organizar nuestra cabeza y enfrentarnos mejor a la confusión exterior. En definitiva, somos seres pensantes que a veces se olvidan de que tienen que pensar, dijo más o menos Voltaire en una de sus Cartas inglesas.
Estoy de acuerdo. La acción le puede demasiadas veces al pensamiento. Y cuántas veces nos habría ido mejor si antes de actuar hubiéramos pensado en profundidad. Si hubiéramos antes construido una estrategia mental que nos llevara a mejorar nuestra información, a analizar y reflexionar con calma y luego a actuar, para volver de nuevo a la mente, y dentro de ella, evaluar lo hecho. El pensamiento es el puesto de mando de nuestra materia, y como se demuestra con los fundamentos filosóficos de la neurociencia que expusieron Maxwell Bennett y Peter Hacker, el mayor enigma que creó la naturaleza. Somos lo que nuestro pensamiento dice. En él sucede todo. En él se hace la realidad mediante una simbiosis entre la química, el impacto del exterior y el valor del enigma que es la conciencia. El enigma está en esa profunda identidad en la que cada uno somos nosotros mismos rodeados de la soledad y el silencio.
Robin Dunbar, en un sabio libro denominado La odisea de la humanidad, nos explica que aunque nuestros atributos físicos y gran parte de nuestro comportamiento no son excepcionales, incluso están dentro de los patrones de cualquier especie de primates, nos distingue nuestra actividad mental, la capacidad de imaginar. Nuestra historia como especie es larga. Se remonta a más de setenta millones de años, y en ese tiempo, nos fuimos alejando de chimpancés, gorilas y orangutanes porque nuestra mente aprendió a encontrar una solución a cualquiera de los problemas a los que la vida nos enfrentaba. Y de todos ellos salimos triunfantes. Por eso estamos aquí. Porqué ocurrió es un misterio que jamás podrá desvelarse. Pero sí sabemos que la compleja y rica energía de nuestra mente es nuestra única vida. De momento.
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