10/07/2010
A pesar de que la obra que vi anoche (El evangelio según San Juan) se basa en cachondearse del Cristo, si a alguien tengo que agradecer que esté ahora escribiendo este artículo sólo puede ser a su intervención divina. Hacía tanto calor en el espectáculo (yo creo que el mismo Vulcano se habría chamuscado en ese sitio) que hubo un momento en que pensé que habría que llamar a los bomberos para que formaran el típico chorro de agua que hacen cuando van a los incendios. Uno me preguntó sobre el nombre de la obra, no tenía el programa, y me pareció de justicia decirle Chicharrina nocturna en Almagro. Me respondió que le parecía muy acertado el título, pues había sudado tanto que hacía un rato se miró a un espejo y en el lugar de la cara tenía una fragua. También me dijo que no le quedaban agujeros en el cinturón. Tengan cuidado los dietistas, que aquí hay seria competencia. Yo me salí a la mitad del espectáculo porque el indicador de la deshidratación ya estaba señalando las reservas. Delante de mí había un tipo gordito que no dejaba de frotarse las manos, pues le decía a su pareja que aquello era más barato y eficaz que un baño turco. Cuando llegó el descanso la gente salió como loca a aspirar el aire de la noche, algunos ya con el sudario puesto y otros con la idea de sentarse en el velador, a observar como salían al final los sufrientes que volvieron a entrar, si por su propio paso o en camilla. Un inconformista preguntó a la organización si habían puesto braseros debajo de las sillas, pues la chicharrina nacía en las posaderas y seguía hasta el sobaco en irradiación itinerante. La gente se abanicaba, pero lo único que hacían era pasarse el calor de unos a otros. Aunque tengo que reconocer que observar cientos de abanicos moviéndose a la vez es un hermoso espectáculo. Como dije antes, yo me salí a la mitad, cuando comencé a oler mi propio guiso. En fin, allá cada uno con su cuerpo. Digo que ande yo fresquito y ríase el brujito.
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