07/06/2009
Mientras ellos hablan de cosas serias, como salvar el mundo y asuntos por el estilo (ya nos gustaría que simplemente lo convirtieran en un lugar más habitable) ellas se dedican a mostrar el garbo, a disfrutar de una legión de fotógrafos que absorben cada uno de los detalles de sus hermosos vestidos. Ellos hablan de la crisis, de hacia dónde va el mundo y otros temas vitales para la humanidad (ya me conformaría con que simplemente pusieran una firma vital contra el hambre del mundo, sin tanto discurso) y mientras tanto ellas se pelean por cuál de las dos tiene más glamour, si este o el otro modisto está bien o mal elegido y se extasían con un rostro de diosas lejanas ante la multitud de fotógrafos que llevará al mundo cada uno de los pliegues de sus faldas, el brillo de sus botones y el destellante maquillaje de varias horas que ha conseguido realmente resaltar su belleza. ¡Ay que ver!, qué guapas son estas damas, qué vestidos más sencillos pero a la vez profundos llevan cuando avanzan, sabiéndose observadas por el orbe, por los adoquines de la fama. Sus maridos, en otro lado, celebran algún tipo de cónclave o discuten sobre nuevos modelos económicos (ya me gustaría a mí que en los nuevos modelos económicos no se carguen, simplemente, lo bueno del viejo, me refiero al Estado del Bienestar) pero ellas donde nada se discute nada hablan, qué comedidas y lejanas, y ponen su cara bonita para que todo el mundo diga lo bonita es que es su cara, la Carla Bruni, qué perfil de estilizada náyade y esos ojos azules rasgados que no miran al mundo sino que están diciendo al mundo que los mire. Y no se queda atrás Michelle, bellísima avanzando, otra diosa con vestido ligero blanco que resalta el color de su piel, también ahí, al lado de la guapa francesa para que todo el mundo las mire. ¿De qué hablan ellos? Qué más da. Donde se ponga el glamour que se quite la política. Es más importante saber quién es el peluquero de Michelle, quién le surte esa falda de dulce curvatura que dónde ha puesto Sarkozy el bolígrafo. Ya sé que esto es triste. El glamour que rodea a los grandes líderes es una bofetada a un mundo sin futuro, pero en el hecho de que interese más el glamour que las soluciones al hambre está el fondo del problema. Ellas simplemente quieren gustar.
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