30/05/2009
Conozco dos clases de escritura. La que es capaz de arrebatar al lector de su vida para incluirlo en lo que está leyendo, y la que se mira a sí misma para al final no mirar a nada ni a nadie. La que se integra en los ojos y en el corazón del lector y la que permanece ajena y se regodea en ocultas virtudes que siempre son supuestas, pero que nada dicen salvo jeroglíficos que en el fondo a nadie interesan. Seamos oscuros para ser profundos, dijo un poeta malo para que sus versos pudieran transitar el mercado de la literatura. Al final, la oscuridad, es incomunicación. Porque, seamos claros, uno escribe para comunicar, para transmitir a los otros, para volver universales sentimientos que nacen en la honda individualidad. Porque el que escribe necesita a los lectores. Necesita sentir que ellos sienten sus palabras y que al final ocurre un maravilloso proceso que los críticos se niegan a admitir por su simplicidad, pero que encierra una impresionante grandeza: que el lector se apodere del texto y lo haga suyo. Que lo adapte a su experiencia y lo enriquezca en su interior, dándole por tanto la vida que el escritor ha querido que tenga. Eso es lo que hace don Quijote con las historias de los libros de caballerías, que las hace suyas y las enriquece. Cumple entonces la literatura su función más primigenia, aquella que el múltiple escritor Homero creó con La Ilíada, o a su vez los múltiples redactores crearon con La Biblia. Porque la función más primaria de escribir es la de transmitir. Por eso digo que para mí hay dos clases de escritura. La que transmite, la que emociona y la que quiere ponerse por encima del lector para apabullarle o, en el fondo, aburrirle. Si aburrirle. Porque no hay cosa más patética que un escritor que aburre, que no sabe sentir y llevar las palabras al mundo, y entonces, cuando el mundo le da la espalda, se crea un mundo sublime y supuestamente genial que nace, vive y muere en su cocina, en su torre de marfil invisible. Para mí escribir es llegar, es dejarme atrapar, que mis ideas exploten en mis dedos con la dinamita de mis sentimientos para llegar al corazón de alguien y pueda conmoverle, entusiasmarle, interesarle, descubrirle mundos o ideas que él pudiera tener y ahora reconoce en palabras ajenas. Para mí escribir es amar al me lee con mi corazón desnudo.
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