EL AYER

18/06/2006

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Hace exactamente 66 años que finalizó la Guerra Civil, y 31 años que el franquismo ya es historia. Que vivieran la primera sólo quedan gentes ancianísimas. Que sufriéramos el segundo quedamos aún varias generaciones. Pero es tan cierto que la vida ha corrido a tanta velocidad en estos lustros, que siendo sinceros, parece que pasó hace mucho más tiempo. Yo viví la guerra en los labios de mi padre. Al margen del bando en que el destino le puso siempre observé amplia angustia en su mirada al recordar tanta sangre innecesaria. Contra el franquismo luché en mis años mozos, y en consecuencia, me hice contra Franco demócrata antes que cualquier otro apelativo, ya sea progresista o conservador. Soy lo primero, pero ya digo, después de demócrata y humanista. En todo caso, en esto, me pasa como a la mayoría de la gente: creo que aquello ya sólo existe en los libros de historia, es agua tumultuosa que se perdió en el océano del tiempo. En la vida normal son hechos tan superados que ni siquiera aparecen en las conversaciones cotidianas. Afortunadamente se ha pasado página y ya no decimos que estamos en una segunda o tercera transición, sino en una democracia consolidada. Además, fue ejemplar la manera en que se realizó nuestra transición. La sociedad bebió las aguas del río Leteo y olvidó lo que apenas tenía sentido recordar. Y aunque queden políticos (algunos nacionalistas y los que están en el extremo de la derecha y la izquierda) que siguen removiendo la momia de un viejo dictador a quien casi nadie visita en su valle, las cenizas siguen quietas, viviendo tan sólo en las enciclopedias silenciosas. Por eso, me parece que los que atizan ese fuego son ante todo gente trasnochada. Viven en un tiempo que (espero) nunca volverá. Les rodean las telarañas del ayer, y por eso su palabra se pierde en la oscuridad de las cavernas de la historia. Afortunadamente, las viejas trincheras se han escondido en el subsuelo del presente. Dejémoslas ahí enterradas. ¡Nos requiere tanto el futuro!