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GARRIDO

02/04/2006

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El otro día me encontré a Jesús Garrido en la Diputación y le di un fuerte abrazo. Bueno, más que fuerte, fue un abrazo que sentí correspondido, sincero y diligente. Hacía bastante tiempo que no lo veía, y cuando me lo encontré por los pasillos, me vinieron a la mente bastantes buenos recuerdos del tiempo en que él fue presidente de la Diputación. Había ido Jesús por allí a saludar a Nemesio de Lara en su condición de representante de los Médicos. También, por supuesto, por el hecho de que ambos son buenos amigos a pesar de que militan en bandos contrarios. Siempre que he escuchado a uno hablar del otro ha sido con palabras cariñosas. Creo que en esto son un ejemplo de algo que he escrito antes: que en democracia han de enfrentarse las ideas y no las personas. Luego el pueblo decidirá en dónde está la razón. En fin, el caso es que me alegró ver a Jesús, sobre todo, por el excelente concepto que tengo de él como persona y como político. En lo segundo siempre me pareció alguien con carisma, tirón y buena oratoria. No sé si su partido habrá sabido explotar esas virtudes. Y como persona, lo definiría con ese calificativo, algo andaluz, que uno da cuando no quiere quedar pretencioso: buena gente. Es decir, buena persona. Aunque, aquí, cuando uno dice esto ha de añadir algo más a continuación para que la bondad no se confunda con la ingenuidad. Por eso decía Machado de sí mismo que era bueno en el buen sentido de la palabra bueno. Porque esta palabra, bien dicha, divide a unos de otros. Claro, se han escrito millones de volúmenes para clasificar a los seres humanos, incluso para exaltar nuestra relatividad. Pero estoy seguro de que todo el mundo, según su experiencia, clasificaría a los demás en dos bandos: buena y mala gente. Eso se sabe porque los primeros te dan felicidad y los segundos daño, lágrimas y angustia. Por eso, aprovechando que hablo de Jesús, quiero brindar con un tempranillo por la buena gente y recordar que la mala tiene la desgracia de caminar siempre al lado de su propio veneno y su mente maliciosa. Vamos, que están castigados a vivir con ellos mismos. Vaya que sí.

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