04/08/2004
En este pequeño espacio, viendo amanecer, se siente uno el rey del mundo. El ordenador se enciende –sí, mi ordenador de vez en cuando se enciende solo, no sé si será una demostración de que existen los espectros informáticos- y llena de luz azul la pequeña habitación que da al mar y espera que se levante la bruma para abrir los ojos de la vida. Su destello se inyecta en mis ojos, y por un instante, me brillan como si tuviese luces adentro. El del ordenador es un azul más oscuro, intenso y pulcro que el del mar. Lo llamo azul windows, y es algo así como un añil perturbado en su pureza. Además, debido a que tengo la pantalla casi libre de iconos he de reconocer que esta luz que se proyecta en la habitación, y se mezcla con las primeras claridades, determina un ambiente bellísimo, una sensación de paz y orden que reconforta inevitablemente el espíritu. Ver amanecer es uno de los más hermosos placeres de la existencia, dijo un filósofo de las sombras. Será, me digo, porque al silencio le acompaña la emoción de la vida que insiste y gana una batalla que luego perderá, cuando la noche. Pero ahora me siento libre, puro, como si mi interior estuviese más ágil. En este amanecer que no me invita a otra cosa que a observarlo, presiento que sólo existimos los dos y que la multitud del tiempo es un recuerdo perecedero.
En el invierno el amanecer es un pistoletazo al vacío. Por eso, si amo las vacaciones, es porque tengo la posibilidad de levantarme temprano, y gozar, sin prisa, de cada uno de los cabellos de la luz que se mueven, de los bríos del sol al fondo de un mar azul que también se inyecta en mis ojos como la luz del ordenador que está en posición de espera, sin tocar. El ordenador se amansa porque ante tanto orden, plenitud y belleza es difícil escribir. ¿Y que más da? Escribir o no escribir es lo mismo. Porque ya los pensamientos duran minutos y las palabras segundos. Y lo que siento es que el amanecer vence hasta al mar en existencia. Que la bruma relaja la angustia de los árboles y los vuelve más íntimos, casi de sueños. Así, ahora mejor no escribir y gozar tan sólo del paisaje de la calma. O quizá gozar y retener esta plenitud por si pudiera después rescribirse desde el recuerdo. Ahora lo intento y sólo me acerco a la corteza de esa sensación cautiva del placer. En fin, da igual. Pero lo que sí es cierto es que esta mañana, al amanecer, ante una bruma que no quería molestar, desde la soledad de mis ojos y ausencia de destino, me sentí el rey del mundo. Un rey, claro, destronado en el momento en que la primera Harley-Davison irrumpió por la bruma despertando al amanecer. Y entonces los dos despertamos.
Breve extracto del texto "La poesía de Manuel Juliá: La escritura del corazón", de Jesús Barrajón Muñoz, profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Castilla-la Mancha, Facultad de Letras.. . Hace ahora veinticuatro años que Manuel Juliá (...
CONTRAPORTADA. Decidí de lo que iba a escribir, escribiría de ella. Aún no sabía ni la estructura ni el contenido, ni siquiera si sería un libro de poemas o una novela, pero tenía claro que escribiría sobre de ella y que el libro se llamaría Madre, el más ...
Nueve apasionantes relatos, basados en el terrible lenguaje de los hechos, en los que el periodista y poeta Manuel Juliá expresa la intrahistoria de los Quijotes del siglo XXI de los que se ocupa el programa de Mediaset, inspirándose en su idea original. H...
El sueño de la muerte (2013), El sueño del amor (2014) y El sueño de la vida (2015), publicados en Hiperión, se pensaron por su autor como una trilogía que ahora se reúne en un solo libro en el que destaca su coherencia poética. La Trilogía contiene una via...
Si desea recibir información de esta página: