30/06/2004
Suelo llamar a mi familia manada de pingüinos. Es porque en el maldito invierno, cuando la helada se cuela por las paredes, sucede en mi hogar un debate más áspero que el de Aznar y Anasagasti. Y claro, no discutimos por el Plan Ibarreche, que nos importa un pito, sino por la temperatura que ha de tener la calefacción. Servidor es alguien a quien llaman “flor de estufa”. Así que me aborde un hilo de viento invernal, parezco un muestrario de constipados. Y mi familia, que en alguna vida anterior fueron esquimales, sólo sonríen al tiempo si están en un iglú. Así que imagínense qué invierno. Sobre todo el último, que al parecer sirvió de inspiración a ese filme yanqui –El día de mañana- en el que Nueva York queda enterrada entre la nieve como un alpinista perdido.
Por cierto, un inciso, hay que ver la manía que le tienen en Hollywood a esta ciudad. No se cansan de destrozarla. Cuando no son los extraterrestres es el mar, o la nieve o algún que otro terremoto o tornado. Supongo que Bin Laden no tuvo que romperse mucho el coco para elegir el blanco de sus sueños sanguinarios. Pero en fin, como decía, en el invierno, mi familia y yo parecemos de “La casa de tu vida”, de contradictorios y dialécticos que somos. Yo me asemejo a un indio Cherooke, porque voy todo el día envuelto en una manta; y ellos a los vigilantes de la playa, siempre con el torso desnudo y la sonrisa adolescente. Servidor no deja de decir “joder qué frío”. Y ellos dale que te pego con el leiv motiv de que la calefacción está muy alta y se les va a salir el alma por los poros. Al final, siempre se baja la calefacción.
Pero en verano, sobre todo ahora cuando los polos se toman con pajita y los helados no son capaces de llegar enhiestos a la boca, sucede mi venganza. Y es que seguro que en alguna de mis vidas anteriores fui poblador del desierto. Quizá por eso aguanto el calor como un tuareg y doy paseos en la siesta, bajo el sol, silbando la melodía de “Cantando bajo la lluvia”. Y luego aparezco por casa sonriendo, como Gene Kelly, viendo como mis pingüinos yacen como fardos en la umbría del mármol. Y les digo, feliz con mi venganza, que “haber quien baja ahora la calefacción”, esa que nos ofrece el tiempo con su lengua de fuego. En fin, que viva este calor, porque los batusi también tenemos derecho al regocijo. Aunque, bien mirado, visto el cruel estallido del sol, le pido que cese en apoyar mi venganza. Porque como siga besándonos con su fósforo mis pobres pingüinos se van a desintegrar. Y luego, en invierno, no tendré con quien discutir. Ea.
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