12/05/2004
Parece que el único interés de las elecciones europeas es el de constatar, sin atentado previo (esperemos), cuál es el saldo electoral de uno y otro partido mayoritario. Para eso ha quedado el maravilloso y hermosísismo proyecto de Europa que antaño nos llenó el corazón de sueños e ideales. Ahora se ha convertido en una especie de sondeo real para conocer el poder de los partidos en la política nacional. Seguro que si Delors recobrara el liderazgo pegaría un terrible puñetazo en la mesa para constatar la venta del ideal a los mercachifles, broker y amantes de las fusiones empresariales, que ya son los únicos europeístas que nos quedan.
Narices, en Maastricht, en el Acta Unica, nos dijeron que Europa no iba a ser un mercado sin alma. En Edimburgo nos hablaron de ambición utópica, sueño de justicia y amplia fraternidad dibujándose en los presupuestos y en las esquinas más amplias de los océanos lejanos, “Los medios y las ambiciones”, recordemos. Nos dijeron, pobres palabras de charlatanería política, que estábamos creando la sociedad más justa posible heredada de la Ilustración y de Grecia, presa de la razón y de la ética, heraldo de un futuro lleno de humanismo y alegría. Al cabo, con el sueño de Europa, se nos vendía el primer triunfo de la cultura sobre las garras afiladas de éste depredador humano que es quien hace la crueldad cotidiana. Y ahora, cuando llegan las elecciones y una Constitución se ve en el horizonte, apenas interesa otra cosa que saber los votos que perdió el PP y ganó el PSOE con el atentado.
La ilusión herida, con el corazón sin viento, se remueve en el vacío. La pasión de ayer es hoy ajenidad. Europa, el sueño de Europa, ya no interesa a la gente. Una masa informe de políticos sin cancha y de funcionarios kafkianos han conseguido que de ella sólo nos interese la Champions Ligue. Si no fuese así no mandarían allí a los perdedores, a los que forman un saldo en el escaparate de los rostros antiguos, innecesarios, sobrantes. Mayor Oreja, el triste, y Borrell, el hombre de las mandíbulas de cristal, son los jefes de una tropa de sombras acabadas. Porque en Europa el negocio ha vencido a la política. La lengua del dinero a la de la cultura. La bolsa de Franfurt al trisagio de la revolución francesa y las subvenciones que sujetan el desarrollo de los países pobres a la ilusión de la razón en un mundo que quiere manejar Bush como si los países fuesen reses de su rancho de Texas.
Ah, Europa ya no es sueño. Pero lo peor es que tampoco es una pesadilla. Es sólo un recuerdo sin nostalgia.
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