02/10/2022
Lo mejor de mi vida con los libros ha sido el descubrimiento de Sócrates, o de Platón. El hombre que nada escribió entendió tan bien la vida que definió así la sabiduría: "Solo sé que no sé nada". Ese no saber no es ignorancia (puede ser más ignorante el que se crea que sabe mucho), sino aceptación de la complejidad del mundo. Lo que se consigue con cada descubrimiento es comprobar que es mucho más lo que queda por saber de lo que se pensaba antes. Desde esa realidad, el mundo, el universo, se convierten en enigmas interminables. Como escribe Yoël de Rosnay en "La más bella historia jamás contada", un apasionante libro que nos interna en la astrofísica, la biología y la antropología, la vida es el camino de lo simple a lo complejo: las moléculas primitivas, las primeras células, los vegetales, los animales, nosotros dentro del juego de millones de neuronas descendientes de las primeras células...
Esto, hace 24 siglos, lo entendió Platón y nos lo explicó con "el mito de la caverna". Es como si los seres humanos estuviésemos encadenados en una caverna de espaldas a la entrada, de modo que del mundo real solo vemos sus sombras proyectadas en la pared. Aunque demasiado imaginativa, la idea de Platón me parece que explica la evidencia de cuánto desconocemos de aquello que observamos, pues en el fondo lo que vemos es la cabeza del iceberg. "El mito de la caverna" es un himno a la ciencia y a la filosofía, porque solo a través del raciocinio y la experimentación podremos descubrir la causa de esas sombras.
Esto me sirve para razonar sobre dos fenómenos: el populismo y la guerra de Rusia. Me vale una premisa: para resolver situaciones complejas no valen soluciones simples. El populismo, representado hoy por la extrema derecha, resuelve todo con un mensaje simple y deslumbrador: injusticia, pobreza, vivienda, inflación... Entiendo que alguien en situación muy precaria pueda dejarse deslumbrar. Lo que pasa es que al final esa receta aplicada al problema solo consigue agravarlo, porque no se toman las decisiones correctas, siempre menos deslumbradoras.
Sería un terrible error lo mismo en la guerra de Rusia. No hay una solución simple porque en el fondo de la complejidad está el hecho nuclear, lo que complica demasiado todo. No estoy de acuerdo con el dilema victoria de Rusia o guerra nuclear, porque al final sería un mal arreglo que volvería crónico el problema o llevaría a la destrucción mutua.
Me dan miedo los dirigentes que nos pretenden engatusar con soluciones sencillas, más propias del destello mediático que de una solución real. La razón es clara: nos prometen el paraíso, pero cuando se marchan nos dejan en el infierno. Hay suficientes pruebas en la historia como para llenar éste y otros muchos periódicos.
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