27/03/2022
De cuanto se ha dicho sobre qué somos me siento muy cerca de lo que escribió Shakespeare en La tempestad, que estamos hechos de la misma materia que los sueños. Pero es tan grande la complejidad de este ser tan pequeño, que ni siquiera la pluma del más grande detector de sentimientos humanos nos agota, y eso que una vez escribí en un folio a la izquierda un sentimiento humano y a la derecha un personaje de Shakespeare, y llegué a casi 200 líneas. Lo onírico nos envuelve, pero esa túnica la mueve el viento y aparecen otras máscaras de nuestro ser. El que os escribe en momentos de lucidez espiritual cree en la respuesta afirmativa de la pregunta de Goethe en Mefistófeles: "¿Somos un destello de Dios?". Fausto abre el libro y ve el Microcosmos y se pregunta si un ser sobrenatural diseñó ese universo que calma el vértigo de su alma.
Tengo momentos panteístas durante los que viajo (siempre tengo sed de irme, aunque no sé muy bien adónde) y llego a algún lugar, algunas veces perdido, otros conocido, en el que caen derrotadas mis dudas ante la inmensa belleza de la naturaleza. Siento que somos hijos de una madre que contiene el esplendor de la belleza, con el que nos muestra una verdad (Keats y su urna griego), pero también contiene el horror de la destrucción, el sentimiento de la injusticia de lo gratuito que es el dolor que produce a veces, cuando se desboca y arrasa a sus hijos. Sin embargo, como el Evangelio es de los primeros libros que leí, y caí rendido ante su fuerza y sabiduría, me consuelan las palabras del Cristo, lo que dice en el Sermón de la Montaña: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados". Muchas veces, con mis ojos llenos de lágrimas, he sentido esas palabras como un silencio de luz destrozando la oscuridad.
Más allá de la esencial filosofía la derrota y la victoria es la bruma de nuestro ser. A pesar de la importancia de las dosis tanto una como otra pueden ser nuestra aliada o enemiga. Convivir con ellas es saber vivir. Sobre todo la derrota. Muchas noches embriagado por el vino, según algunas religiones un vínculo con la divinidad, al llegar a casa abro un libro de Omar Jayán y siento que al final solo somos un cúmulo de deseos que no cesan de verterse en la fuente de adentro. Unas veces se consiguen y otras no. En esa dialéctica inevitable nuestra vida va pasando, y es un buen vivir aceptar que los conseguidos nos darán hambre de otro, y que los no conseguidos no deben hundirnos, porque esa es la realidad de la vida y tenemos que aceptarlo y levantarnos para seguir luchando, es decir, viviendo. Celebrar con una buena copa de vino una cosa y otra es buena manera de aceptarlo. Como escribe William Faulkner, nada importa, fuera de respirar, respirar, conocer y seguir viviendo.
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