20/02/2022
Releo El político, de Azorín, y aunque haya pasado mucho tiempo, sus consejos son muy actuales. Fue diputado cunero por Almería debido a necesidades alimenticias, y fuese cual fuese su labor, puso todo su talento en describir lo que para él ha de ser un político. Deberían recomendar su lectura en esas universidades de lo público que son los partidos políticos.
En primer lugar el político ha de ser un cumplidor estricto de la ley. Si él desfallece en esta misión la anula hasta límites tribales. Por muchos jueces que haya el primer juez de la ley es el político, que la anima o devalúa. También es muy importante, para Azorín, que se desentienda de esa corte de admiradores y amigos que suelen rodearle, la mayoría más por su poder que por su persona, porque suelen formar una atmósfera, una muralla, que le impedirá ver en su verdad la tierra que gobierna. No debe olvidar que envuelven a todo hombre de influencia gentes de toda suerte y catadura: unos son buenos, discretos y legales, y otros son galopines, truchimanes y trapisondas. Ha de aprender, por tanto, a distinguirlos. También ha de ser discreto en los agasajos y fiestas a las que le invitan, gozar de manera moderada y estar sobre todo pendiente de vivir la realidad de su pueblo, de sentir con él sus necesidades, miedos y esperanzas.
Para Azorín el arte del gobierno consiste en el equilibrio. Ser entero o condescendiente según los casos, porque toda la variedad de gente merece su atención. Ne quid nimis, huyamos de los extremos. Ser fuerte y hábil. León y vulpeja (zorro). Plutarco dice en sus Vidas paralelas al relatar las gestas de Lisandro, que una de las máximas que profesaba este general lacedemonio era la de que "lo que no se puede conseguir con la piel del león debe alcanzarse con la de la vulpeja".
Dice Azorín, citando, creo, a Voltaire, que los humanos, no pudiendo hacer que lo justo sea lo fuerte, han hecho que lo fuerte sea justo. Debe huir por ello el político de la tentación de convertir su deseo arbitrario en lo justo, ya que no impera la justicia, sino su poder. También ha de ser sereno, para no nublar su juicio e imponer razones poco sopesadas. Y por supuesto ha de huir de la vanidad, si no quiere que le aprese hasta limites grotescos. Y en sus discursos ha de ser claro y realista, huyendo de palabras farragosas, grandilocuentes o sofistas. Sobre todo huir del populismo, que es una manera de convertir las razones de estado en razones de establo, como decía Gracián.
Sobre todo el político ha de saber retirarse, cuando todo le sobrepase o pierda las ganas de levantarse cada día para mejorar la vida de la gente.
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