05/12/2021
Uno de esos instantes que son flores que riega el tiempo y luchan contra el olvido, es el primero que recuerdo cuando vi encenderse entre la niebla las luces anunciando la Navidad. Miles de luces en un instante estallaron en la plaza del Ayuntamiento y un enorme gesto de admiración se unió a la caída de la noche. Más arriba estaba la iglesia de la Asunción. Observé como su campanario, con un extraño color entre gris, marrón y rojo, adquirió unos tintes brillantes y se hizo, de repente, el guardián de la noche descendiendo de la montaña.
Dice André Gide en su diario que la luz unge cada objeto como miel, y a mi me pareció la iglesia como un enorme castillo de miel. Las calles eran miel en el asfalto y las aceras y los escaparates me sabían tan dulces que a punto estuve de lamerlos vencido por la felicidad que la luz hacía estallar en mi pecho. Esa luz que procedía de miles de bombillas desnudas creaba estrías de sombras en las casas viejas y entonces parecía jugar con ellas y darles vida.
Más allá de que esa luz era el heraldo de un tiempo de ocio, y la llamada a unas semanas en las que se erradicaba la maldad (y de manera simbólica dar de comer al hambriento), dentro de mi pecho infantil se producía una boda entre la felicidad y la vida. Sentía que es hermoso vivir. Un lance de gozo vencía a las neuronas, y por todo mi cuerpo un ejército de endorfinas ganaba las batallas. Se producía un enlace infinito entre el pasado y el futuro y sentía que la felicidad era el estado natural de la vida.
La luz ahogaba el dolor, lo convertía en sombra. Luego supe que el dolor es un animal salvaje esperando dar su zarpazo, pero aquel enlace con la luz creó un niño que vive siempre dentro de mí. Se despierta cuando luce diciembre y se aloja triunfal en mi cerebro. Ese dolor de la Navidad, las ausencias, existe y vuelve, pero se conjuga con el niño feliz y este derrota no solo la realidad, también al ser tímido, vergonzoso y opaco que soy. Recuerdo que un año, estando con unos paisanos que vivían en Sevilla, y venían a Puertollano por Navidad, imbuido por esa luz, realicé el más lamentoso (tengo el mismo sentido musical que un molusco) recital de karaoke que se recuerda en el pueblo. Y no sentí vergüenza. El niño de la luz de diciembre me hizo ver que lo importante era el gozo de la amistad que entonces sentíamos.
Quizá hay en la luz algo atávico que nos enlaza con primer instante del tiempo. La astrofísica y la Biblia dicen de distinta manera lo mismo. Sobre una inmensa oscuridad y vacío se hizo la luz. En el seno de las tinieblas la luz comenzó un viaje desde la nada al corazón. Todo lo que existe, y lo que no existe, está escrito en la luz.
Breve extracto del texto "La poesía de Manuel Juliá: La escritura del corazón", de Jesús Barrajón Muñoz, profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Castilla-la Mancha, Facultad de Letras.. . Hace ahora veinticuatro años que Manuel Juliá (...
CONTRAPORTADA. Decidí de lo que iba a escribir, escribiría de ella. Aún no sabía ni la estructura ni el contenido, ni siquiera si sería un libro de poemas o una novela, pero tenía claro que escribiría sobre de ella y que el libro se llamaría Madre, el más ...
Nueve apasionantes relatos, basados en el terrible lenguaje de los hechos, en los que el periodista y poeta Manuel Juliá expresa la intrahistoria de los Quijotes del siglo XXI de los que se ocupa el programa de Mediaset, inspirándose en su idea original. H...
El sueño de la muerte (2013), El sueño del amor (2014) y El sueño de la vida (2015), publicados en Hiperión, se pensaron por su autor como una trilogía que ahora se reúne en un solo libro en el que destaca su coherencia poética. La Trilogía contiene una via...
Si desea recibir información de esta página: