21/02/2021
Entre tanta oscuridad siempre es bueno que aparezca un rayo de luz. Por eso escribo de Lupe y su enorme sonrisa ahora que al fin ha dejado las rejas de la habitación. Tiene noventa años y jamás pensó que vería otra catástrofe en el mundo. Vivió tantas en su vida que se alegraba mucho de que se sucedieran las décadas en paz, aunque algo en su interior le decía que lo malo habría de llegar. Lupe nació cuando el hálito de la guerra lo invadía todo. En la dureza de su existencia forjó su carácter aguerrido y su inteligencia práctica. Fue una buena líder de la manada, pues con cuarenta años se quedó viuda y crió cuatro hijos desollándose las manos limpiando escaleras.
Desde los barrotes de la que llamaba su celda, no su habitación, me veía pasear con mi perro. Yo la observaba desde lejos y me apenaba mucho de ella, como de tantos ancianos recluidos por la maldad del virus. Un día me acerqué a su ventana, que estaba más allá de un pequeño jardín y una valla, y le di las buenas tardes. Por supuesto me contestó enseguida y me dijo su nombre y me preguntó por el mío. Después de las presentaciones, y de decirme que mi perro es muy guapo (el "cabroncete" de Woody, un Golden Retriever blanco, de ojos negrísimos, siempre es el protagonista) comenzamos a charlar, primero del tiempo, luego de sus hijos y sus nietos, y al final, como siempre pasa con los ancianos, de la vida, de su vida.
Entre unos y otros ratos me contó su historia. Le dije que me gusta escribir y me respondió que con lo que me había contado y lo que le quedaba por contar tendría para hincharme. Le prometí que algún día pondría sus historias en negro sobre blanco, porque me gustaban mucho y había tenido una vida muy dura y ajetreada, en su rostro está escrito el dolor y el gozo del siglo pasado, y de lo que llevamos de este. Le comenté que lo nuestro era como las mil y una tardes, aunque hubieran sido menos, y que ella era como Sherezade contando historias al Sultán, aunque por supuesto salvando las enormes distancias con ese libro medieval. Sherezade lo hacía para salvar su vida y ella para sobrellevar su aislamiento. Pero ambas se explayaban en sus relatos por una pandemia.
Muchas tardes deseaba irme pronto con el perro para charlar con Lupe. Incluso le dije que llamaría al libro "Las mil y una tardes". Qué vida había tenido. Cuánta emoción, angustia, felicidad, escasez, fortaleza. Tiene una memoria gigantesca, solo algunas veces se le olvidan los nombres, pero de mutuo acuerdo ponemos otros que incluso quedan mejor con los hechos.
Ahora Lupe ya está vacunada y el otro día la vi en la puerta de la residencia. Tenía una maravillosa sonrisa y me saludó agitando los brazos. Me hace feliz no verla detrás de esas rejas de la habitación. Y estoy deseando poder ir a visitarla para que me siga contando historias y para ver de cerca la luz de esperanza que ha surgido en su mirada.
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