02/08/1994
Y decían que la confrontación sería dulce y serena, sin sacar los "piés del tiesto", debate y exposición de programas ante todo, cortesía hacia el adversario, absolutamente nada de descalificar. La verdad, como dice Demócrito, siempre yace oculta en el fondo, pues, apenas se secó la tinta de tan buenos propósitos les sobrevino una amnesia casi colectiva. Las armas, en definitiva, estaban preparadas para lo peor.
El arábigo Anguita, rompiendo por una vez su leit motiv programático comenzó el desaguisado llamando a Gonzalez "Tahur del Guadalquivir", rememorando azañas guerristas. Gonzalez, en un estilo inusual, llamó aprovechón al bueno de Matutes, que aprovechando...,que ya que a Bruselas..., pues se lleva de tarea algunos "asuntillos" personales, ya sabes, los negocios oye, y Rajoy, el gallego impertérrito, disparó, en defensa de su compañero, una rabotada al presidente, llamándole rastrero.
El bueno de Abel no merecía esta afrenta, con ese aspecto de padre comprensivo, esos discursos sensatos, nada electoralistas...El hombre hasta ha llegado a reconocer que lleva una vida de hippy, quizá influenciado por el paisaje ibizenco. Aquella apreciación malvada le sirvió a Gonzalez para que le obsequiaran con alguna que otra lindeza: ejemplo de bajeza, cesarista, espíritu dictatorial.
El panorama se puso absolutamente deslenguado: a la greña, al escarnio, todos a largar que no ha de quedar títere con cabeza. Meritorios de Aznar se desbocaron, no llegaron a la habilidad de su jefe que entendió claramente la estrategia de "alborotar el gallinero" socialista y respondió con la prudencia. Un tal Pimentel, creo de dos por Sevilla, puso el listón en las estrellas hablando incluso de terror nazi. En esas estábamos, y como si esto fuera una especie de comedia americana, el asunto se enredó más llegando al disparate del disparate.
Apareció en escena una señora del PP llamada Merced, historiadora al parecer de la Complutense que no de sus adversarios políticos. En un acto de asombrosa ingenuidad se le ocurrió comparar el Movimiento Nacional con la Democracia Cristiana europea. Dejó desprovisto de defensas, en un momento, el flanco más débil del PP. Una andanada de epítetos la pusieron como un cristo. Lo más suave se lo dijo Moran, y le dijo que se había levantado la falda, incauta y pobre muchacha. No se si se lo pensaría el hombre de las cejas selváticas, pero alguno de los tres calificativos debería haber eliminado. A Merced, los mamporrazos dialécticos le llegaron en cascada: fascista, colaboracionista con el régimen -el de el anciano, claro-, hipócrita. Hasta a los catalanes levantó de su pacifismo rocadiano y premeditado: se le ocurrió poner en cuestión que pudieran dirigir la Guardia Civil. Dios, ¡si han ganado cuatro ligas, organizado una excelente Olimpiada y Pujol se entrevistó una vez nada menos que con Reagan!.
A pesar de tal enredo, sin embargo, a los alucinados expectadores nos daba la sensación de que faltaba algo. En el escenario era evidente una ausencia; algo nos decía que el más caustico y mordaz no tardaría en aparecer. Y llegó Guerra. Un Guerra inalámbrico, más corto en ingenio, más burdo, más delgado y con las mismas gafas de siempre. Descendió de su retiro de silencio. Como buén depredador eligió su terreno y sus víctimas. El terreno, la Siberia extremeña. Las víctimas, una, Aznar, por necesaria. Otra, la Merced, por ingenua. Se enzarzó, desbocado, hacia el cuello de ambos. Al lider de la oposición le escudriñó su veraneo y su biblioteca. Le llamó híbrido, falangista, beato, onesimista. Lo puso como chupa de dómine.
Así, lo que iba a ser un remanso pedagógico y dialéctico sobre esta Europa necesaria y desconocida que se está formando, derivó hacia esta escena de vilipendio y greña. Si al menos hubiera aparecido algo de ingenio...
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