03/01/2021
Hay años que se esconden en la memoria como sombras, y hay años que destellan una luz poderosa en la oscuridad de la existencia. No sé, aquel en el que encontraste tu primer trabajo, o el gran amor, o al fin alguna angustia que te maltrataba a diario desapareció de tu vida. Estos se quedan grabados en el profundo regocijo del ser, no quieren morir, y cuando el tiempo avanza en vez de alejarse se acercan como evidencias de que al cabo la gran felicidad es recordar lo hermoso que hemos vivido. Al contrario, los años oscuros, aquellos en los que emergió el dolor por encima de lo cotidiano, tienden a diluirse en la región del olvido, porque un profundo mecanismo de defensa que tenemos (sin él apenas podríamos soportar la vida) los disuelve y los anula. En siglos y siglos de evolución el cerebro ha aprendido a despreciar el dolor y aceptar el gozo y está preparado para que cualquier shock, por terrible que haya sido, quede cautivo del tiempo, agote esa llama negra que nos va quemando por dentro.
Nuestra mente no es como los libros de historia. Es más selectiva. Tiende a autoprotegerse contra la maldad de la vida olvidándola. Ya sé que los psicólogos (de cualquiera de los múltiples movimientos que existen) no estarán de acuerdo con esa visión naturalista del ser humano, pero creo que, salvo en patologías extremas, se tiende poco a creer que la mayoría de las veces dentro de nosotros hay una solución para la angustia y el dolor de todo lo malo que nos ha pasado.
Hay años que tienen una llama que nos da luz pero no nos quema, y años que nos queman la memoria si permanecen encendidos dentro de nosotros. Por eso la naturaleza inventó el olvido. Por eso inventó la felicidad y la llenó de los más bellos recuerdos. Aristóteles escribió que la felicidad está en la actividad del alma. Esto quiere decir que no son las cosas quienes nos hacen felices, sino el sentimiento que nos producen, por ello el amor, que es la actividad que más envuelve al alma o al sentimiento, cuando existe produce una felicidad inigualable. Como escribe Savater siguiendo a Spinoza, el ejercicio del bien garantiza la felicidad. Creo que es, sobre todo, porque el bien persiste en nuestra mente mientras que el mal se diluye como la niebla.
Por ello, este año, para mucha gente el más oscuro, se hundirá hasta la nada en nuestra memoria cuando vuelvan los abrazos. Huirá de nuestro corazón cuando sean plenas la amistad y las caricias. Se perderá en el vacío de nuestra mente cuando podamos sentir el viento sobre el rostro y el sol sobre los labios.
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