08/11/2020
Hay tantas percepciones de Trump que cuando me planteé escribir sobre él llegué a la conclusión de que, como no podía verlo desde cerca, ni introducirme en su psique para rebañar su pestilente cerebro, debía hacerlo desde lejos. Somos nuestra visión, dice John Berger. El tipo de mirada que hacemos nos define. Por eso, siendo justo, la mía no puede ser otra que desde lejos. Ya me habría gustado haber vivido en USA o que me hubiesen mandado a Washington a cubrir las elecciones yanquis.
Y desde mi lejanía, amortiguada por el manoseo virtual de las redes sociales, lo primero que he deducido es su tiranía. Trump es un tirano. Entiendo el término en la acepción de Voltaire en sus "Cartas filosóficas", en el sentido de que se llama tirano al que no conoce más leyes que su capricho. El imperio de su capricho lo ha expresado y realizado tanto esa mole rubia de grasa que ha sido demasiado perceptible desde el último lugar de la tierra.
También he deducido su egoísmo. Que Trump es la esencia del egoísmo antisocial no lo discute nadie. Egocentrista frente al mundo. "Gracias al egocentrismo, cualquier ser humano ve el universo tendido a sus pies", escribe Proust en su gran obra. Da en la diana. También incluyo en el adjetivo calificativo todos esos ismos trogloditas de ahora (racismo, machismo…), y todas esas fobias que definen a las mentes carpetovetónicas (homofobia, aporofobia…). Ésta última fobia es el centro de su más estruendoso discurso antihumano. Lo demostró no solo con el deseo (afortunadamente truncado) de construir ese muro de la vergüenza contra los pobres, sino en sus múltiples comentarios de desprecio hacia los derrotados. Porque para Trump un pobre es solo un derrotado, y por ello merecedor de máximo desprecio. Espero que ahora, vencido, a los pies de Biden, ese desprecio se lo aplique a sí mismo.
Por supuesto he visto su orgullo. Y si, como dice Gide, la altura del orgullo se mide por la profundidad del desprecio, el suyo ha sido como su torre en Nueva York. Y vulgar, de una vulgaridad rechinante, y pavoneándose. El alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera (Ortega). Eso es lo que ha intentado Trump.
Y por mucho que se hable de su sagacidad yo lo he visto estúpido, pero un estúpido nada ingenuo. Al revés, malvado. Y no hay peor cosa que un estúpido malvado con poder, porque será inconsciente del amplio dolor que genere. Digamos que ha gobernado USA, y por ello el mundo, un tirano egocéntrico, orgulloso, vulgar, estúpido, malvado, despreciativo. Agradezcamos a la suerte que podamos contarlo.
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