11/07/2020
Era feliz porque estaba grabando el asesinato. Cuando vio a aquel tipo pegando patadas a una mujer tirada en el suelo tuvo tres opciones. La primera entrometerse y ayudarla. La segunda llamar a emergencias o a la policía. La tercera grabarlo. Eligió la tercera. Lo hizo sin pensar, el instinto de héroe solitario de las redes lo decidió todo. Había convertido su capacidad de análisis en decisión preconcebida a favor del hambre de interconexión, de ser alguien ahí, en las redes, porque ya se había olvidado de serlo en la vida real. Siempre pensó que llegarían los cinco minutos de gloria. Allí estaban. No los desaprovecharía.
Cuando el agresor comenzó a dar puñaladas a la mujer pensó en si el video no sería demasiado largo. Llevaba ya varios minutos grabando. Deseaba ponerlo enseguida. Malo sería que alguien se le adelantara. No volvería a tener otra ocasión tan buena. Temía perder tiempo reduciéndolo en la última actualización de Pinacle que usaba para eliminar lo superfluo de sus películas porno. Tenía un verdadero arsenal organizado según tipos de carne: jóvenes, maduras, gordas, flacas, negras, latinas, rubias…Una noche de erotismo solitario decidió que prefería un harén porno a realizar el esfuerzo de la seducción. Así las tenía siempre, y en manada.
Mientras grababa las intensas cuchilladas del maltratador, cuyo rostro rezumaba delincuencia en cada poro, por un instante se sintió periodista. Amaba el mundo que le había tocado vivir, pues en él podía cumplir su sueño sin tener que estudiar, o perder el tiempo, en una facultad. Mientras grababa regodeándose en su fortuna, se dijo que en sus redes solo pondría un resumen del asesinato, sin lo más cruel, porque luego podría vender el video a webs especializadas, televisiones, digitales, particulares, a quien le diera una buena pasta, y por supuesto aceptara que la palabra periodista apareciera debajo de su nombre.
Lo fue pensando todo mientras grababa la muerte. Así procedería. Cuando el tipo acabara de matarla iría al servicio y con el Pinacle produciría el resumen. Lo colgaría enseguida y mandaría un mensaje a los posibles compradores diciéndoles que tenía el video entero, que en lo que había publicado faltaba lo mejor. Por supuesto que les pediría dinero, pero lo que más le importaba era que apareciera su nombre, que le entrevistaran, que hablaran de él, aunque fuese mal. Incluso si iba a la cárcel por denegación de ayuda lo aceptaría, más notoriedad.
La mujer comenzaba a morir y él se sentía muy feliz con todo lo que iba a pasar. Sí, muy feliz hasta que vio que había más gente grabando desde otras perspectivas. "Mierda", se dijo malhumorado, "qué gentuza, aquí cualquiera se cree periodista".
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