20/06/2020
Recuerdo la primera vez que la escuché. Era adolescente. La oí en la radio un día de campo. La música venía de un grupo cercano que apagó su alboroto al llegar la siesta. Unos y otros nos tumbamos en mantas echadas debajo de los árboles. Solo se oía el ruido del agua bajando por pequeñas cascadas y el sonido de una radio. Sonaban canciones melódicas, todas de amor, y me apresaba una melancolía oscura. Había una fuente interior con su agua atascada dentro de mi pecho, y todo se convertía en una desazón extraña. Me sentía perturbado. Entonces sonó Tristesse. Las notas del piano avanzaron hacia mí por aquel silencio y me llenaron de paz. Toda esa belleza me hundió en un lánguido reposo en el que sentí que todo tenía sentido. El silencio, la música y yo vivíamos esa hermandad que unifica, ensalza, genera una alegría basada en encontrar el sentido a algo: a un momento, una historia, un deseo…
Nada más llegar al pueblo fui a la tienda de discos para comprarla. No sabía quién era el compositor, pero tenía la melodía en mi cabeza. No había dejado de tenerla desde que la escuché. Se la tarareé al dueño. Enseguida la reconoció. Es Chopin, me dijo. Trajo un LP en cuya portada había un piano reluciente y me dijo que allí estaba entre otras también muy hermosas que me encantarían. Lo compré y fui corriendo a mi casa. Abrí el tocadiscos y puse la música. No me sonó igual. Sentí, incluso, que no era la misma, aunque enseguida me di cuenta de que sí, solo que faltaba algo. Cerré los ojos. Me tumbé en la cama y la oí varias veces. Sí, faltaba algo. El sonido de las pequeñas cascadas de las lagunas, por supuesto. También el frescor del viento en la siesta que secaba el sudor de mi pecho y era muy agradable.
Pero faltaba algo más, pensé mientras el piano iba venciendo poco a poco mi resistencia. Si, faltaba el mismo silencio, ese que derrotó el ruido de la gente en las Lagunas de Ruidera, cuando todos se dejaron vencer por el sopor y la vida entró en una maravillosa languidez.
De ese silencio, hasta entonces, solo había tenido noticia en textos de Santa Teresa de Ávila. Había realizado representaciones mentales dirigidas por sus palabras, pero nunca lo había sentido real hasta aquel día. Y Comprendí que, al haber pasado, ya lo tenía dentro de mí y por tanto podría revivirlo. Puse Tristesse de nuevo, con esa certeza, y reviví el olor de las lagunas, su silencio de agua, el viento en mi pecho. Fui feliz. Soy feliz cada vez que lo repito.
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