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SEXO

16/02/2020

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Está muy difuso, porque está muy profundo el recuerdo del primer día que sentí que algo indeterminado lleno de placer y dolor asomaba a mi cuerpo. Sí recuerdo que lo sentí relacionado con esa peligrosa palabra que me habían repetido desde siempre: sexo. No sabía lo que era, pero sí que albergaba algún mal profundo irreparable. No sé si ese día ocurrió en la adolescencia o en la última frontera de la infancia, pero sí sé que aquello se iniciaba con una mirada a un cuerpo de mujer que perdía su hábito cotidiano. Era a un cuerpo sobre el que de repente tenía el deseo de desabrocharle cada botón, eliminar sus vestiduras, extasiarme en cada milímetro de su carne adolescente. Si ella me miraba, un intenso rubor envuelto en la palabra pecado me llenaba de angustia y placer. Me invadía el gozo a la vez que la culpa por ese gozo. Por la noche soñaba que esa mirada se convertía en presencia. Ella se hacía carne, deslumbramiento en la oscuridad, y la veía avanzar hacia mí entre las sombras, vivir conmigo un placer culpable en la ciudad irreal de mi mente.

Esa sensación de vida nueva era aplastada por lo que después entendí es odio al orgasmo. Esa obsesión porque aquel luminoso regalo (así lo llama Manuel Vilas en una de sus novelas), era cosa del Diablo y no de Dios. No sé hasta qué catacumba del tiempo se desplaza el látigo convencional que comenzó a fustigar el sexo, pero seguro que casi al primer instante del homínido pensante. Por supuesto que tiene que ver con la dominación, religiosa o civil, tiene que ver con el odio a la alegría ajena. Tiene que ver con el hecho de que la felicidad es revolucionaria en un mundo tiránico, como es en gran parte y ha sido el nuestro desde siempre. Y ahora, cuando miro hacia atrás, y escucho que hay gente que quiere envolver el sexo en pecado, aquel adolescente que no pudo vivir su deslumbramiento a la belleza y el gozo de la carne, se enrabieta porque aún quieran seguir cercenando esa parte tan divina de nosotros.

El sexo es lo más íntimo que tenemos. Un poder profundo en el que imaginación e instinto, amor y placer, comunicación y misterio se enlazan para ofrecer algo sublime. Por supuesto que, como todo, desde la desinformación puede convertirse en veneno, pero desde un naturismo hermoso y una sexualidad sana es un derecho para aquel que comienza a sentirlo. Nadie debe emponzoñar su brote, porque su fuente es el mismo ser, la misma naturaleza en una concepción generosa de lo humano. Creo que los que sufrimos su ablación en la adolescencia, los que no pudimos sentir su naturalidad, somos los que ahora debemos luchar porque no vuelvan a enterrarlo en pozo de la culpa.

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