15/12/2019
Duele algo la Navidad, porque siempre hay una Navidad en la memoria agazapada que despliega sus recuerdos. Inmensa luz en las calles y en las fachadas hay. Brío de amor que se extiende por todas las ventanas que dan al mundo. La escarcha reposa en el brillo de luces multicolores. Los alcaldes no quieren que impere la sombra de la noche. Despiertan la magia de la luz y las calles se abren a los pasos de los que quieren beber la vida afuera, trasegar por las tiendas, llenar los bares, extenderse por las plazas. Pero duele algo la Navidad porque de esa felicidad oficial, que también es íntima, natural, esplendorosa, van desapareciendo rostros que rieron en la noche, destaparon botellas de cava, cantaron villancicos, prepararon bandejas de dulces, compraron con esperanza lotería, y si eras niño, dejaron que sorbieras una gota de anís que se quedó dulce en tu boca muchas horas, te avisaron de que el polvorón había que comerlo poco a poco, para que no se te pegara el polvo pastoso en la lengua y el cielo de la boca.
Algo duele la Navidad porque en tan ansiada y tumultuosa luz van apareciendo sombras. Algo duele, porque, aunque se quiera evitar, uno no tiene más remedio que ver sillas vacías, una alacena desordenada, una ausencia de canciones, porque ahora se canta menos, los villancicos son especie en extinción, como las pandillas de niños pidiendo el aguinaldo que forjaba una faltriquera de monedas viejas húmedas en la noche. La Navidad no solo es inmenso muestrario de luces de colores, y una colección de voces bondadosas, también es un bosque de recuerdos por el que van aquellos que con nosotros cantaron en la noche más bella. El tiempo llena el camino de heridas viejas, de gente que se queda atrás, heladas en el frío de la ausencia. Son gente amada que mantiene su calor en la memoria. Viven allí ordenadas en una esperanza, dormidas en el último silencio. Y cuando la Navidad alcanza el primer corazón del almanaque, no puedes evitar sentir que, cuando llegue la íntima cena, haya corazones invisibles latiendo a tu lado.
A pesar de que la Navidad es tumultuosa y destellante, cada uno tiene su Navidad profunda. Cada uno tiene su noche de amor en una habitación del pasado. Yo no quiero evitar que la felicidad y la melancolía me abracen, y se vayan luego a la cama conmigo despertando el vaho de un viejo beso. Duele algo la Navidad. Duele a veces incluso sin dolor. Es como la sensación de que alguien se despierta de la ausencia, y te vuelve a dar un abrazo cuando sentías que ya nunca más volvería a estar contigo.
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