25/05/2019
Mañana la fuerza poseedora de estos días se perderá como lágrimas en la lluvia. El run run persistente de unos gestos, unas palabras que pretenden atrapar los deseos del mundo, se diluirán y volverá lo cotidiano. El silencio de la luz en una madrugada. Un vino en una tasca sin el ruido de fondo de la batalla por el poder. Un descanso al cabo del corazón, pues todos quieren atraparlo para llevarlo a su contabilidad política. Como tantos he votado, y aunque no digo a quien, por mantener ante el lector ese gran valor del enigma por el que escribe, sí quiero decir que ha sido a una opción progresista. Aunque mi capacidad de ilusión, como la de tantos, ha sido demasiadas veces pisoteada, no puedo entrar en el barco que dirigen los viejos y nuevos conservadores. En el puerto hacia el que avanzan solo existe ese mundo desigual que describe Piketti. Y ahí está, para mí, el riesgo de esta nueva modernidad (siempre hay una modernidad acechándonos). Esa crueldad del sistema lanzando al infierno del olvido (poeta Tranströmer), a demasiada gente, a tantos incapaces de saber medrar en la crueldad profunda de este mundo que vivimos.
Insisto en que no he votado con una enorme ilusión en los dedos. Pero a la vez entiendo que no hay otra alternativa a este sistema imperfecto, ni a esta política de corto vuelo, ahora en las tenazas de la sociedad del espectáculo. Demasiados fuegos fatuos. Demasiada pirotecnia verbal. Demasiado evidente esta obra política de argumento débil llena de voces que solo pretenden halagar el oído de los adláteres, o desplegar un interminable populismo. Han sido tres meses de campaña en la que las ideas han estado ausentes. Después de tantos mensajes y debates no hemos indagado a fondo qué sociedad queremos. Por qué la derecha ama la desigualdad, y por qué la izquierda no es eficaz en la creación de un marco de justicia inalterable capaz de erradicar la pobreza.
Se acaban estos cien días de palabras, más todo sigue como estaba antes de comenzar. Aunque ha nacido una nueva estrella en el firmamento de las Cortes. El "show" de los independentistas se ha trasladado a Madrid. Es el primer paso para llevar su farándula a Bruselas o La Haya. Intentan con calculada y malvada eficacia que un problema nacional sea internacional. Si lo consiguen habrán logrado su segundo gran objetivo. El primero fue crear esa inmensa "perfomance" para la independencia por las calles de Cataluña. El segundo que las autoridades internacionales reconozcan ese supuesto derecho a la autodeterminación, propio solo de territorios colonizados. La voracidad del independentismo es insaciable. En fin, mañana no será domingo, domingo electoral, en mucho tiempo. Aunque tal y como va ahora la política digamos que el espectáculo no ha hecho más que comenzar.
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