11/05/2019
Fui candidato en las primeras elecciones europeas. Iba en el puesto veintisiete. Estuve a punto de salir. Muchas veces pienso en lo diferente que habría sido mi vida de haberse dado aquella circunstancia. La providencia recibe órdenes de los hombres, dice Huxley, en "Un mundo feliz", y aquel preboste político que decidía entonces las listas decidió mi destino. Recuerdo el primer mitin en un domingo soleado de primavera. Fue en un parque frondoso en el que las rosas y los claveles enamoraban al aire. Al fondo un tiovivo clamaba con alma circular por las miradas. Cerca la fuente formaba un arco espeso de agua. Cuando el viento aceleraba, algunas gotas llegaban al escenario, pugnaban con el sudor por recibir la caricia del viento. Había música y había color y había hambre de felicidad. Acompañaba a Bono en el escenario. Sería iluso decir que él me acompañaba a mí a pesar de ir por Europa. Él era el jefe y yo un currinche inocente que no sabía dónde se estaba metiendo. Pero a pesar del poder de atracción del verbo de Bono, siempre espectacular, lo que más recuerdo de aquella mañana era la fe colectiva que llenaba las miradas de la gente. La palabra Europa, la esencia profunda de democracia y justicia que en ella se albergaba, llenaba los corazones de la más hermosa esperanza de nuestra historia.
Teníamos la sensación de salir de la oscuridad y avanzar hacia la luz. Entonces el proyecto europeo se forjaba en una dualidad, lo económico y lo social. También en unas instituciones democráticas que pudieran albergar esa inmensa utopía. Luchar contra las heridas de un mundo devorado por la injustica y el hambre. Recuerdo que ante miles de personas desbrocé lo que luego después comenzó en Maastricht a formar una realidad positiva. La solidaridad y el mercado juntos avanzando. Mientras Bono destilaba los principios de una autonomía, yo como un joven Quijote declaraba mi amor a esa Europa heredera de Grecia, la Ilustración y el humanismo cristiano. Clamaba por el ideario de los padres fundadores, y la gente entendía mis palabras. No necesitaba poseer la retórica parda de Bono para hacerme entender. Europa hablaba por sí misma a los corazones.
Hoy es difícil explicar Europa. Tras Jacques Delors se rompió el equilibrio a favor de lo monetario. El déficit es anticonstitucional, y no la erradicación de la pobreza. Entonces, mientras hablaba, y veía el tiovivo girar, pensaba que la historia no es un incesante volver a empezar, como dijo Tucídides, ni que es cierto el aforismo de Lampedusa en labios del conde Fabrizio di Salina, que todo cambie para que todo siga igual. Que eso no era así lo demostraba el eficaz sueño europeo. Hoy rebajo mucho mi esperanza. Solo pienso que de tantos mundos injustos como existen, el de Europa es el menos injusto. Eso no es todo, pero tampoco es nada.
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