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El virus

16/04/2003

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A pesar de que la medicina nos muestra, cada poco tiempo, avances sorprendentes en contra del mal, siempre van apareciendo virus recientes, desconocidos, rebeldes, escurridizos. Es como si la naturaleza escribiera en el inmenso despacio que hay debajo del microscopio el mensaje de que en el fondo siempre será irreductible. Nuestra tarea, desde que bajamos del árbol, o desde que levantamos la cabeza para permitir que el cerebro creciera, es luchar contra la naturaleza, vencerla, dominarla, arriar su esquema preconcebido de funcionamiento. Y no sólo en el espacio exterior, también en esa parte interna del humano en que ha puesto la diosa las balanzas del bien y del mal, lo bueno y lo malo, el dolor y la alegría. No sólo queremos dominar las aguas o los vientos, queremos asimismo dominar nuestro extraño corazón que contiene los instintos más perversos frente a las bondades más generosas. No recuerdo donde leí que el humano era el único depredador capaz de sentir lástima o ternura por sus victimas a la vez que cazar sin necesidad de alimento. En todo caso, esa seña genética que contiene la violencia, el dolor, la ansiedad de sangre, es como un virus rebelde que no somos capaces de dominar aunque la cultura, la razón, los libros, los filósofos o los poetas hayan querido descubrir vacunas como el arte o la razón para subyugarla. Él siempre está ahí, transformándose según las realidades, siendo a veces un virus simple que cambia de forma ante cada embestida o complejo si la situación lo requiere.

Si nos miramos, erradicando los espasmos más autoritarios del ego, veremos que ese instinto siempre está en posición de combate. Forja sus máscaras cotidianas para exigir de nosotros el daño sin sentido o la ajenidad. Evidentemente, en nuestras sociedades civilizadas, el virus es más complejo, variable y psicológico que en las sociedades atrasadas. Allí se manifiesta con los rostros más primarios, como si fuese cualquiera de los Jinetes del Apocalipsis invadiendo los suburbios. Aquí es más sutil, y en consecuencia menos descarnado. Pero cruel al cabo, porque la crueldad puede tener un punto de sutileza miserable. Y en los arrabales del mundo y en los palacios el virus que nació con nosotros nos dice su poder, unas veces matando y otras sometiendo la dignidad de los débiles. En fin, que como decía el filósofo, todo está en nosotros, y a veces, sólo nos queda mirar como somos engullendo en silencio un plato de lentejas frente a un televisor implacable.

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