12/05/2018
Nihil otiosum, nihil sterile in Hispania, nada baldío ni estéril hay en España, escribe Richard Ford en su cuaderno mientras mira la llanura manchega evocando a nuestro escuálido loco, sin paracrónicos arambeles de ópera moderna, dice en manos de la ostentosa púrpura lingüística del barroco. A lo lejos unos cuantos arrieros y trajinantes van por el camino. Cruzan una península a la que ya no se le puede aplicar el latinajo del principio del artículo. Aquel vergel de los romanos y los árabes cruje en su ausencia vertiendo sus lágrimas por los vastos desiertos. Tierras ayer ricas hoy son baldías por la sequedad de sus acuíferos, o por la falta de actividad que generó en su tiempo la emigración a los ricos vergeles del norte. El viajero inglés se deja el alma en absorber todo lo que percibe del país extraño. Aplica su racionalismo a todos los fenómenos y aunque cae preso de la admiración siempre tiene un dardo locuaz en su mochila. Estos españoles piensan que el sol es suyo, escribe.
Va en una jaca cordobesa por los más ásperos, huraños, solitarios, profundos caminos del país ya amado en su pobreza y en su fertilidad, en su mentira y en su pureza. Lleva una bota de vino colgada del arzón de la silla. Como buen inglés paladear el vino (el gusto de Shakespeare por los vinos de jerez o canarios) es uno de sus poderes gastronómicos. Y bien que sabe describir sus cualidades. El rubí fuego de Toro o el jugo áspero y peceño de la Mancha dice. Otras cualidades del viajero que tiene son su oído maravilloso, su gran facilidad para estudiar idiomas y dialectos, o ser un espíritu firme y resuelto, al mismo tiempo que bondadoso y amable, y además una resistencia física interminable y un temperamento ecuánime. Esos valores, para testar la esencia de este país diverso y complejo, parecen buscados a propósito.
Y aunque el viajero tiene grandes títulos de la realeza británica pronto ama España en su miseria, en sus caminos polvorientos, en sus aldeas perdidas, en la tristeza y caballerosidad de sus gentes. Por tanto describe con pasión y alma la diversidad de costumbres de nuestra tierra. Su mirada es muy comprensiva con las gentes pobres y honradas, con esa pobreza de los siglos que hay aquí. En general penetra con su mirada hasta los más hondos entresijos de la sicología hispana.
Triste sino el de España escribe, aciaga suerte la suya, condenada a sufrir a sus explotadores, quienes la venden después de haberla seducido en sus sentimientos, o quienes la ahogan para mantener su posición de privilegio, unos las pisan en su palabra desde el amor y otros la pisan desde el desprecio... Parecen palabras escritas en el día de hoy. El contumaz acoso al bien común, por el bien propio llámese electoral, económico o como se quiera, sigue dictando su ley.
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