02/12/2017
El corazón es el tercer cojón, mi general, dice un personaje de García Márquez. El sentimiento lo es todo, el nombre es sólo humo que nubla la celeste llama, dice otro personaje de Goethe. El corazón se extiende hacia fuera con una vasta fuerza, y hacia expansiones inmensas e incontables dice Emerson. El corazón nos marca la vida. Queremos ordenar los segundos internos y externos como en un mecano, pero al final ordenamos con el corazón tarde o temprano, cuando los deseos emergen como burbujas de los sentimientos. Tiene su corazón en su semblante, me dije cuando vi el rostro de Slobodan Praljak bebiendo su veneno. Imaginé por un momento su rostro de ogro blanco, su rudo semblante de oso enfurecido viniendo hacia mi con una pistola en la mano. Habría sido la imagen viva del terror. Aquellos que murieron por sus crímenes de guerra no descansarán en paz, pero su suicidio, como acto primordial de ese corazón podrido, entraña la justicia profunda que uno se realiza a sí mismo tarde o temprano.
¡Cuántas veces tú, música de mi corazón, has alentado el camino de mis pasos?, dice un personaje de Shakespeare, quien mejor que nadie describió los complejos y extraños pasadizos profundos del corazón. Pero, si en la vida, hemos de tener cuidado y observar con agudeza adonde nos llevan los caminos del corazón, en la política es conveniente encerrarlo de vez en cuando, porque provoca situaciones difíciles e incluso desesperadas. En política los sentimientos pagan un precio a veces demasiado alto. Estamos viendo como en Cataluña los sentimientos, ondenando libres, o alentados por sinrazones, han creado un laberinto en el que da la sensación de que nadie sabe cómo salir.
Los personajes del drama, o la tragicomedia política, son bastante pasionales, y con sus actos lo demuestran. En las campañas el corazón se sale por la boca, y deberíamos comenzar a desechar a estos políticos para aceptar a los que prometen poco, analizan mucho y no se explayan en retóricas sofistas interminables, como las de Puigdemont en el extranjero, Mas en los platós ante esa luz vital de Zapatero, o de Junqueras, impregnado de un misticismo grandhiano para que quede menos retorcido el procés.
La ardiente llama de la vida es el corazón. Si no está en lo que se hace, lo que se hace no tiene sangre y parece que pierde el movimiento y por lo tanto vida. Pero en política a veces el corazón nos pone en el precipicio. Y ese puente con la pasión desbordada, que siempre aparece, solo crea frustraciones, desengaños y tristezas. Cuántos líderes de corazón desbocado han convertido los sueños en dolor y la paz en guerra. Así que, aunque soy un amante del corazón, o porque lo soy, me pido políticos que por supuesto lo tengan, pero que sobre todo usen la racionalidad necesaria para que no vayamos presos de las pasiones, como ahora ocurre en esa historia que nos han montado los separatistas que lleva camino de no acabar nunca.
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