09/07/2003
Uno se pasa la vida esperando algo. Los perspicaces agoreros dirían que esperando el país sin descubrir, que es como Hamlet llamaba a lo que hay detrás de la laguna Estigia. Pero no está el abrevadero de la existencia para ser existencialista, metafísico o agorero. Bastante ácido transporta la realidad como para que además pongamos una carga de angustia interior a la evidencia. La crudeza de la vida es tan manifiesta que sólo con mirarla desde lejos, se ponen de punta los pelos de las entrañas. El otro día, por ejemplo, vi varios programas en la tele al tuntún –o al tontón-, en horarios azarosos, y juro que si después de aquello el mundo hubiese tenido un interruptor lo habría apagado sin demora. Habría puesto la existencia en una pausa militante, al menos el tiempo suficiente para que alguien, quizá el que manda, hubiese analizado si todo esto tiene algún sentido.
En aquellos programas pacían todo tipo de seres desdichados y presuntuosos. Tipos feos, gordos, cornudos, hipocondríacos, maricas sin salsa, periodistas chismosos, al cabo míseros despojos de un mundo que ha cambiado la inteligencia por la carcajada chocarrera. Me llamó la atención un mozalbete mustio y oscuro que dijo llevar toda la vida esperando un Ovni. También el pavoneo en las ondas de un Tenorio de pacotilla, canoso y reidor, de apellido taurino, que al parecer llevaba toda la vida esperando una neurona. El mozalbete no tenía nombre, era un plebeyo más de las ondas. El de la neurona, era el tal Agustín Bravo, niño de pecho de Carmen Sevilla, uno de los reyes de la siesta y el mambo, cosaco de matronas aguerridas, servidor de lacas y juanetes.
Me fijé en ambos con cierta angustia ajena, quizá porque en esta vida –en esta tele- es más difícil encontrar una neurona que un Ovni. O quizá porque ver en el tubular una neurona es cuestión de fe, y como uno es escéptico, pues ya no cree. Y por eso, pensando es que es cierto lo que decía, que nos pasamos la vida esperando algo, sentí pena porque aquel Don Juan sestero nunca encontraría su neurona imposible y porque aquel mozalbete mustio nunca encontraría su OVNI fugaz.
Y así, caritativo, me dieron ganas de decirles que mejor sería aguardar cosas posibles, como las vacaciones o el sabor del mar, que no neuronas u ovnis escondidos. Yo, en estos momentos, viendo el coloquio zafio del ser y la tele, sólo espero desalquilarme, deshabitarme del tiempo, perderme en manos de las soñadas vacaciones en el mar y en la sombra. Ahora bien, si algún día Bravo encuentra la neurona, por fin creeré en los ovnis.
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