19/08/2017
Escrito en una libreta está mi artículo (suelo escribir a mano) En los confines del sol, en el que ofrezco mis impresiones sobre dos sondas, las Voyager, que están a 17.000 millones de kilómetros de la tierra cuando me saltan en el ordenador las alarmas porque algo grande y grave ha pasado. Saltan porque el maldito terrorismo ha vuelto a detener su silencio con la muerte. Ahora, mientras estoy frente a la pantalla blanca, se habla de tres muertos y de 20 heridos, pero la crudeza de las imágenes, que cámaras anónimos han grabado, nos hacen pensar que serán más muertos y serán más heridos (al menos 13 fallecidos en Barcelona y uno más en otro ataque en Cambrils y más de 120 heridos). Y a pesar de la gravedad de los atropellos en Las Ramblas no puedo dejar de sentir la pequeñez de nuestros minutos cotidianos. No puedo dejar de pensar que cuando este mundo convulso, lleno de dolor, injusticia y miedo, se haya disipado en el tiempo, sea lágrimas en la lluvia, como dice el replicante Batty de Blade Runner, las Voyager estarán en su viaje eterno cerca de Gliese 445, una estrella cuya masa es 0,24 veces la masa del Sol y su luminosidad un 0,12 por ciento.
Habrán pasado 40.000 años. Cualquiera sabe hacia dónde, en tiempo tan largo, habrá evolucionado nuestra civilización, o nuestro salvajismo. Si en la tierra, como se dice en la película de Ridley Scott, existirán robots que sueñen con ovejas electrónicas. Nadie lo sabe. Sí sabemos que hasta llegar a Gliese 445 las Voyager habrán cruzado la atmósfera gaseosa de los grandes planetas, las partículas grises, diminutas, casi imperceptibles, o como bolas de granizo, de los anillos de Saturno. Habrán fotografiado los volcanes de Io con sus columnas de humo y sus ballestas de lava surcando la llanura amarilla del silencio. Habrán rodeado los valles, llanuras y montañas de hielo de Europa, que tienen 25 km de espesor, y en cuyos océanos sumergidos existe el calor y los componentes necesarios para crear la vida.
La muerte, después de tantos miles de años, seguro, que seguirá siendo la muerte. Las Voyager seguirán, quizás, hasta donde comience la eternidad, y el tiempo ya no exista. Hasta allí llevarán los despojos de la raza humana que quizá ya haya desaparecido o tal vez haya encontrado la solución a sus enigmas. Ahora la muerte es la prostituta de unas mentes enfermizas que explayan su odio y terror por las ciudades de Europa. Mientras los crueles locos suicidas del Estado Islámico, con su olor a caverna putrefacta, atropellaban inocentes se cumplía el año 40 del viaje de las dos sondas. Ya han cruzado los confines del sol. Viajan a 50.000 km por hora y se perderán en la eternidad, o en el vacío, o en las luces de alguna galaxia que comienza su latido en el mar del fuego. Es grandiosa y maravillosa esa odisea. Aquí, en la Tierra, miserables enfermos de odio realizan un trayecto más corto. Desde la plaza de Cataluña hacia el mar mientras llenan de muerte la tarde.
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